Te encuentras por la calle con un conocido y te paras a saludar. Es una costumbre nuestra que denota educación aunque a veces haya un sibilino interés de cotilleo. Como me conozco el percal, ya llevo preparada mi respuesta de manual, ésa que es obligada a la pregunta retórica de: –“¿Qué tal estás, cómo va todo?”
Cuando me aburrí de hacerme la graciosilla contestando: –“Pues, quitando lo malo, bien”, decidí proveerme de una respuesta tipo que resumiera muy brevemente mi situación. Así pues, desde hace ya un par de años, quien me conoce sabe que siempre manifiesto vivir “sin preocupaciones”.
Cuando dices que encaras la vida de esa manera, con esa actitud y tal declaración de intenciones, casi siempre te miran como si hubieras escupido una boutade con ánimo de mofarte –de la vida o del interlocutor-. Añado, si me miran con incredulidad, que mi única preocupación es que no me llegue la transferencia del día 25 a mi cuenta corriente (léase pensión de jubilación). Esa respuesta provoca por lo menos una sonrisa y ya podemos pasar a hablar del tiempo.
Sin embargo, es bien cierto lo que digo –que es lo mismo que lo que pienso y sobre todo calcado a lo que siento-, porque… ¿qué preocupaciones vamos a tener más allá de las que nuestra mente dé carta de naturaleza?
En estos momentos de mi vida no me preocupo por (casi) nada a nivel personal e intransferible. Quiero decir que por supuesto que me siento inquieta por la situación mundial global, con sus desmanes, desafueros, injusticias y desigualdades, PERO como no está en mi mano reajustar esas tuercas a nivel general, libero a mi mente de esa preocupación.
Si mi amada y lejana familia está (más o menos) bien y la salud física me aguanta estoicamente los embates de la edad, ¿para qué voy yo a desestabilizar mi salud mental (pre)ocupándome de algo que no ha ocurrido ni sé si ocurrirá?
Cuantas menos expectativas albergo en mi mochila, cuanta menos esperanza de cualquier tipo cobijo en mi corazón, menos cantidad de decepción soy susceptible de tener que afrontar lo que, en consecuencia, me lleva a transitar el pedregoso camino de la vida con una tranquilidad cuasi pasmosa.
Todo esto que parece enrevesado es más viejo que el hilo negro y ha sido desarrollado en muchos idiomas; viene a ser –finalmente- el meollo de cualquier filosofía vital que pretenda ayudar al ser humano a entender qué hace aquí entre que nace y muere.
Ya dejé atrás la etapa en la que me “preocupaba” por demasiadas cosas: que si el futuro de mis hijas, que si la búsqueda de la dichosa felicidad o que si hay que tener pareja para no sentirse sola en la vejez. Es mejor “ocuparse” de las cosas cuando éstas acontecen y mientras tanto disfrutar de tantas y tantas pequeñas y hermosas posibilidades que dan alegría de vivir. Que se complique la vida el que quiera que todavía vivimos en un país libre.
Felices los felices.
LaAlquimista
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