A veces, en las redes sociales, te sueltan alguna andanada que –imaginas- nadie se atrevería a decírtela a tu cara misma, pero es el precio a pagar por subirse a la montaña rusa del parque temático más actual. Así las cosas, mis incursiones en “lo de Zuckeberg”, me dan una vidilla para vivirla “en zapatillas”, es decir: sin salir de casa.
Un contertulio habitual –si es que puede llamársele así- me espetó cuando yo hablaba de “mi soledad elegida”: “Ese puede ser el problema, que no estés en círculos culturales, recreativos, sociales o políticos y al vivir un tanto aislada no tienes alrededor personas interesantes”. Vamos, que me veía como una subespecie de misántropa decepcionada de lo humano y social.
No le contesté, ni me expliqué, ni mucho menos entré al trapo porque ya sé que eso no se debe hacer en lo virtual, que la gente tiene muy mal perder y peor encajar si les llevas la contraria, como yo misma, sin ir más lejos. Pero me guardé el venablo para sacarle un poco de punta con calma, sin la adrenalina de la inmediatez que imponen las redes sociales.
Las personas interesantes lo son a nuestros ojos cuando algo de ellas conecta con algo propio o cuando nos sentimos espoleados por la energía que emanan y que nos hace sentir especialmente bien. Yo no diría que un premio Nobel, un político o un agitador social sean interesantes por el mero hecho de serlo y tampoco es seguro que fueran a ser santos de mi devoción si se diera la casualidad de conocerlos en persona.
Mis círculos culturales son pequeños tirando a pequeñitos porque no funcionan en reuniones o talleres donde se juntan personas con interés en aprender – o para matar/ocupar el tiempo, casi siempre-, sino que desarrollo mis afanes yendo por libre. Más disfruto de un museo, un libro, una sinfonía en mi silencio ensimismado que en grupo. ¿Quién no valora los placeres ineludiblemente solitarios.
Mis círculos recreativos ya no son más que una circunferencia vacía por dentro porque hacer cosas amenas o divertidas todos a la vez no me espolea desde que dejé de ir a discotecas o a bailar salsa, ya que el concepto que tengo de lo que me divierte ahora mismo es muy personal y bastante intransferible. Y para que quede claro: siempre he huído del concepto “cuadrilla” si allí las relaciones se quedan en lo superficial y abundan en el despelleje ajeno.
Por supuesto que no estoy en ningún círculo político ya que es afán o interés del que siempre he procurado (y conseguido) alejarme precisamete por firmes convicciones políticas. La política me interesa como un aire ineludible de respirar, pero la veo como un escorpión gigante: asombra, pero mejor sacarle la foto desde lejos.
En cuanto a lo de los “círculos sociales”, ahí tendría yo que confesar que, efectivamente, no formo parte de ningún tipo de “círculo” porque son aviesamente cerrados, excluyentes y muy elitistas en esta pequeña/gran ciudad en la que vivo. Experiencias he tenido más que suficientes de cómo la gente nos revolvemos los unos contra los otros bajo el palio de “pretendidas amistades” y me adapté a ir por libre gracias a la pandemia que me obligó -y a quién no- a separar el grano de la paja.
Así, que sí; debo de vivir un poco aislada, aunque a menudo me junte con algún congénere para compartir charlas o silencios, paseos o contemplaciones, gustos y algún que otro disgusto. Lo normal entre amigos, vamos. Que de eso sí que tengo, pero en petit comité, mal que le pese al que me dijo lo que me dijo.
Felices los felices.
LaAlquimista
*”Mañana de Carolina del Sur”. Edward Hopper 1955
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