Existe un punto de no retorno a partir del cual una no tiene que dar cuentas de su vida a nadie. Es una barrera que se franquea sin darse mucha cuenta, que tan sólo se percibe superada cuando, en un momento de lucidez, se echa la vista atrás para contar las piedras que había en el camino y un estremecimiento de estupor y alegría se instala a medio camino entre la garganta y las rodillas y ya no se va nunca más. Resulta entonces que cosas que se nos mostraron como superfluas o dañinas retoman su lugar y fecundan imaginación y espíritu.
Como pasarse el día entero en la cama sin estar enferma.
Día no laborable. (Si lo es, el placer aumenta varios puntos). Lluvia, viento o frío. (O calor tropical en pleno otoño) Silencio. Paz por fuera y por dentro. El entorno protector, la envoltura de la soledad, -o no- el placer de transgredir (todavía).
Si la cama es compartida la gracia del asunto sería diferente –no mejor ni peor-, pero hay que saber rizar el rizo.
Ahí va mi lista: (se admiten sugerencias)
Felices los felices.
LaAlquimista
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