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Cecilia Casado

A partir de los 50

Decir “lo siento” no es suficiente

De las muchas meteduras de pata, errores y descalabros que he cometido a lo largo de mi provecta edad he salido maltrecha y con más pena que gloria. No me bastó con poner cara de no haber roto un plato y decir “lo siento” con la boca pequeña –como suele ser lo habitual cuando nos vemos obligados a pedir disculpas-. No fue suficiente con que reconociera mi error y pidiera perdón, no. Se me exigió muchísimo más; y me explico.

Cuando rompí promesas firmadas ante notario –humano y divino- (léase contrato matrimonial) y  “la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte” (N.del traductor: “Diálogo de besugos de “Una noche en la ópera), no se me permitió irme de rositas, sino que tuve que pagar –con dinero contante y sonante- la ruptura de mis anteriores buenas intenciones.

Cuando nos cansamos de una relación y dejamos de poner interés en ella y descuidamos el respeto que le debemos a la otra persona y, en consecuencia, le producimos un daño emocional, no basta con decir: “lo siento”.

Me estoy acordando ahora del paradigma de “pedir perdón” con cara de estar pensando: “que os den a todos”. La frase que pasará a la historia de la felonía, sin duda fue: “Lo siento, me he equivocado. No volverá a ocurrir”.

Sin necesidad de irse con la querida a matar elefantes mientras el pueblo no sabe de dónde sacar para llegar a fin de mes, hay mil situaciones cotidianas en las que metemos la pata, nos pasamos de frenada o, simplemente, nos comportamos cabezonamente como si estuviéramos en posesión de la única verdad que cotiza en bolsa.

A mí me han pasado todas, absolutamente todas las facturas de mis errores. No la vida o el Universo, así dicho en plan filosófico, sino las personas de carne y hueso que se han visto ofendidas por mi persona, de palabra, acto u omisión.

Vamos, que no me han perdonado ni una. Ni la familia –que sigue considerando que “hay cosas imperdonables”, que no prescriben ni aunque pasen cincuenta años. Ni la administración que me sigue mandando multas de tráfico por circular con exceso de velocidad por las carreteras: 100€ por ir a 85 kms/hora donde la limitación es de 80.

Ni tampoco me aceptan el “lo siento” si digo una frase fuera de tono o hago un gesto de fastidio donde se espera de mí corrección política y lenguaje corporal exquisito. Si la cagas, no hay remisión posible.

Cuando pasan estas cosas, igual lo que hay que hacer es un poquito de autocrítica, no sé, aceptar lo que hemos hecho mal y añadir una pizquita de propósito de la enmienda, para que el que está enfrente no sienta que se le está tomando el pelo después de haberle pisado los callos.

Decir –con la mayor sinceridad posible-: “sé que me he equivocado y te pido que me disculpes y me gustaría poder compensarte de alguna manera”. Algo así. Porque lo que no quieras para ti no lo quieras para los demás. O así.

Esas “caras de cordero degollado” mientras se musita la letanía del “lo siento, lo siento, lo siento”, pueden definirnos tanto o más que nuestros propios actos. Tanto por aprender…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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