Es este un tema medio tabú del que no a todo el mundo apetece hablar, como si evitándolo una se hiciera inmortal o espantara a la Parca como las vacas a las moscas con el rabo. Sin embargo, llega un momento en el que el DNI pita, emite un sonido chirriante que taladra los tímpanos emocionales. Y esta “alarma” ensordece mucho más cuando lo que se aproxima por el andén es la locomotora del cambio de década.
El que quiera vender lo suyo parloteará sobre la inevitabilidad de la “crisis de los 40”, o del “nido vacío a los 50”, de la “angustia de los 60”. De los 70 ya no dicen (apenas) nada porque se supone que ya se es viejo sin mayor utilidad que ocasionar gastos al sistema sanitario. Si acaso, gastarán sus migajas en los viajes del Imserso. No hay plan de inversión a corto con los viejos.
En realidad, tenemos miedo a envejecer por el deterioro y el sufrimiento que casi siempre acompañan, mucho más que al epílogo vital en sí. Que firmaríamos por acostarnos por la noche y que al día siguiente no nos despierten ni los del 112. “Murió mientras dormía”, “no sufrió nada de nada”; ese sería el epitafio ideal. Pero me temo que entre la última tarta de cumpleaños y el certificado de defunción tenemos que “buscarnos la vida” para llegar con un poco de buen ánimo hasta la muerte. Por cierto, que me parecen patéticos los eufemismos: “cuando ya no esté”, “si me pasa algo”…
La salud acompañará más o menos (quién se libra de las “goteras” o incluso de vigas carcomidas); la familia “dará el callo” o mirará hacia otro lado con variopintas (y autojustificables) excusas. La cuenta del banco será suficiente o habrá que estirarla trampeando y quitando de aquí para poner allá. Esas cosas ya no dependen de nosotros porque son la cosecha de toda una vida que ya no tiene arreglo.
Pero hay factores que pueden jugar en nuestro equipo para ayudarnos a envejecer sin miedo. Esos factores son los que SÍ dependen de nosotros y nada más que de nosotros. Los ingredientes únicos y especiales para la “receta secreta” –de cada uno- para dejar de lado los pensamientos sufrientes y las hipótesis más negras de cara a lo que nos espera.
El miedo a envejecer no se supera a base de estiramientos faciales o gimnasio o cremas de a doblón. Ni haciendo ayunos ridículos en clínicas de postín ni mucho menos buscando el vellocino de la juventud perdida a base de rodearse de personas jóvenes.
El miedo a envejecer –como cualquier miedo- tan sólo se supera acogiéndolo sin alharacas, sintiéndolo como algo más de la vida y haciéndole chistes para reírnos todos juntos. Al toro por los cuernos, como se dice y todos entendemos.
Mi “truco” – que no es tal sino lógica elemental de manual – consiste en levantarme cada mañana dando gracias por estar viva y no quejándome porque me duele algo. Mi “truco” me recuerda que mientras me funcione la mente –y las piernas más o menos- sigo teniendo la posibilidad de hacer algo para agradecer a quien sea todo lo disfrutado…y todo lo que me quede por disfrutar. Y si puedo aportar mi granito de arena para que este mundo sea un poco mejor, pues mejor que mejor, más contenta que me quedo.
Es cuestión de actitud, no hay más “tu tía”. Mirarme al espejo y verme tranquila, contar las arrugas que tengo de reir y no de llorar, y no avergonzarme de mi cuerpo cansado sino regocijarme de lo que me brota del corazón que resiste, como esos coches que “están como nuevos” aunque lleven casi un millón de kilómetros rodados.
Es cuestión de actitud, ya digo. De salir a la calle a respirar vida, de llamar a los amigos para hablar de lo divino y de lo humano libando algo rico; de recordarles a mis hijas que la vida no es un calvario de espinas sino un camino que podemos labrar, de cumplir años estrenando una nueva sonrisa.
Y si no tengo miedo a envejecer es porque no pienso en el futuro. Qué curioso es que nos hayamos pasado la juventud y la madurez proyectando sobre lo por venir, clavando vigas, armando existencias de cemento para “el día de mañana”. Bueno, pues ese día, ya me ha llegado. Y no pasa nada. Si acaso, que cada día vale por siete (como la vida de los perros), que un mes se estira y se estira, que los años no pasan como soplos sino que han adquirido el ritmo demorado e intenso que permite estar en paz con una misma y sentir que la vida que tenemos por detrás es tan hermosa como la que nos queda por delante.
Felices los felices.
LaAlquimista
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