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Cecilia Casado

A partir de los 50

“Carnet de Voyage”. Sonora, el mercado de la magia en blanco y en negro

 Basta que me digan que algún sitio es poco recomendable para que me entren unas ganas cuasi irrefrenables de hacerle una visita. Así que agarré un taxi de la calle –de esos que dicen que no son seguros, pero que no es cierto- y le dije al taxista que pusiera rumbo al mercado de Sonora. El buen hombre, me miró con cara rara y no pudo reprimirse las ganas de preguntar: “Y dígame, seño, ¿qué van a buscar ustedes allí, si no es indiscreción…?” Para que no me tomara por una friki gringa, le dije que simplemente curiosear, ver si era verdad todas las cosas que se contaban de ese mercado donde uno sabe cuándo entra pero no tiene ninguna garantía de salir (entera).

Me miró de arriba abajo y, torciendo el gesto, añadió que teníamos que habernos vestido “más sencillas” a lo que ya no pude contestar nada porque íbamos con vaqueros y playeras (que así se le dice aquí a la camiseta), sin joyas, ni relojes, ni cámaras de fotos de cierto valor. Y esto es así porque al mercado de Sonora van dos tipos de clientes. Por un lado, quienes buscan la forma y manera más allá de la lógica de obtener lo que desean y quienes se saltan la mínima bondad humana para tratar a los animales.

 Hechizos, limpias, lectura de cartas, de manos, de posos, hierbas untadas en feromonas, polvos para que no se escape la persona querida, muñecos de vudú, imágenes de vírgenes, santos, esqueletos… todo un abanico inimaginable de cuanto puede ofrecerse al ser ignorante y confiado que desea y necesita una curación, un trabajo, un golpe de timón en su vida y, en vez de encararlo fríamente y aceptar lo que no puede ser cambiado y luchar por conseguir lo que podría obtenerse utilizando la mente y el corazón, recurren a la magia y a la brujería. Magia blanca, magia negra y magia potagia. De todo hay en estos estrechos e insalubres corredores atestados de puestecitos de poco más de un metro y medio cuadrado donde tan sólo cabe la “santera” sus velas, hierbas, sus imágenes y conjuros.

 

Sin cámara de fotos a la vista, paseamos por entre el laberinto oloroso (ora bienoliente, ora apestoso) deteniéndonos lo justo cuando deseamos preguntar por el bálsamo de tigre o el colágeno de baba de caracol. Porque también hay una farmacia alternativa donde se venden remedios que ya quisieran los laboratorios alemanes. Como es un lunes apenas hay clientes ni curiosos; al igual que los museos, los mercados están bajo mínimo un día a la semana, lo que es un descanso para quienes no deseamos vernos abducidas por la muchedumbre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los tugurios de lectura de cartas tienen clientes detrás de las ajadas cortinas; las santeras portan sus pulseras identificativas y miran hacia otro lado, disimulando, cuando nos paramos frente a ellas. Es evidente que no pertenecemos al mismo mundo, que somos intrusas y tal parece que estén esperando a que hagamos un movimiento en falso. La acumulación de energía negativa es tan intensa que nos desviamos al cabo de menos de treinta minutos hacia la otra parte del mercado.

En mala hora; el hedor nos asalta de improviso y nos descompone el ánimo y el gesto, lo que ya de entrada es como pisar con mal pie. Hombres –sólo hombres- nos observan por entre los cientos de jaulas en los que se hacinan todo tipo de animalillos. Cachorros de perro de razas con pedigrí se amontonan en un espacio imposiblemente reducido entre sus gañidos desesperados. Algunos yacen sobre la paja cubierta de excrementos y suponemos algunos han fallecido sin que a nadie le importe. Pavos reales, guacamayos, todo tipo de aves canoras; gallos y gallinas, cabritillos y… cualquier tipo de animal que puedas desear comprar, allí está. Y si no está, da lo mismo, porque el mercado de Sonora es el reducto de la venta ilegal de animales protegidos; tan sólo pide, paga y tendrás.

 

 Comienzo a imaginar a mi Elurtxito y sus ojos dulces metido con calzador en una jaula con otros diez o doce perrillos como él a la espera de un comprador poco exigente, que pague por un animal sin papeles, ni vacunas, quién sabe en qué condiciones nacido y mantenido.

 

Con el alma en los pies salimos por ídem de la mejor manera que podemos. No sin antes, en el último puesto del mercado, agenciarnos unas pulseras de “santera” que nos permiten –según documento adjunto- realizar con éxito conjuros menores pero sólo de magia blanca, porque para la otra hay que haber nacido con un don especial.

 

 En la calle asoleada el aire sigue cargado de malestar. Agarramos un taxi al vuelo y le pedimos que nos saque de allí, por favor. Ha sido una experiencia improductiva, o casi, tan sólo se me ocurre pensar que en todas partes hay personas cómodas y crédulas que prefieren recurrir a esoterismos varios para solucionar sus problemas en vez de afrontarlos para solucionarlos o simplemente asumirlos.

En fin.

LaAlquimista

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Fotos: de Internet

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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