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Cecilia Casado

A partir de los 50

Pero…¿cuántos años queremos vivir?

*Fotografía tomada de Internet.

¿Cuántos años podemos esperar vivir contando con adelantos médicos y una buena calidad de vida? Por supuesto que es esta una pregunta retórica, sin embargo a la vista de los ejemplos cotidianos que nos brinda la realidad circundante podemos intuir que la gente en general y muchos de nosotros en particular, estamos convencidos de que vamos a ser poco menos que “eternos”.

Sé de lo que hablo porque lo tengo bien cercano; de hecho, incluso yo misma me sorprendo cuando mi mente divaga y me voy por vericuetos ilusionantes a hacer proyectos a largo plazo como si tuviera toda la vida por delante. ¡Que la tengo! Pero… ¿cuánta? Ahí desciendo de la nube y tropiezo con esa filosofía del “momento presente”, del “Carpe Diem” y tal, de “vivir el ahora” como preconizan los filosóficos vendedores de humo.

Sin embargo, no sabemos hacerlo, no llevamos encima el aprendizaje necesario para centrarnos en el HOY; siempre estamos pensando en el MAÑANA, en algo mejor, más cómodo, más seguro, más agradable y cerramos los ojos al dolor actual, a la pena presente, dejamos de vivir “este momento” porque no nos gusta ni nos agrada, nos vamos a la cama y pensamos: “mañana será otro día, hoy no quiero darle más vueltas a la vida”.

Si fuera absolutamente sincera conmigo misma y repasara mi agenda del año 2023, ahí donde he ido apuntando lo que he hecho cada jornada, las citas, encuentros, eventos, paseos y el “orden del día”, descubriría que muchísimos días han sido “para nada”; es decir, ni fu ni fa, sin más, vividos desde la inercia del momento, sin ilusión ni afán alguno, tan sólo esperando a que se acabaran las horas para ver si al día siguiente había algo mejor que me alegrara el ánimo.

Se salvan de esa sensación insoportable de tiempo perdido las fechas en rojo: vacaciones en general y viajes en particular. Los amorosos (re)encuentros familiares, los achuchones a mis hijas y a mis nietos. Los países por mí ignotos. Algún abrazo con burbujas. Punto.

Vivir es cansado y cansino en no pocas circunstancias. Lo observo sobre todo en personas ancianas que están (como) esperando a que les llame la Parca, continuando una rutina de comer y dormir con varias horas de televisión entre medias. Sobre todo dormir, dormir mucho que es lo más parecido a no vivir. (Mi madre llegó a dormir dieciocho horas al día durante sus doce últimos años durante los que no quiso pisar la calle) Ni ilusión por nada, ni compromiso alguno; tan sólo una especie de cinta sin fin que se verá quebrada algún día por una rotura de cadera, un ictus, una angina, una gripe virulenta, algo abrupto que marcará el punto final a la existencia.

Mientras tanto, estas personas ancianas siguen tomando fielmente sus medicaciones varias, vigilan triglicéridos y colesterol con lupa, no salen a la calle si hace mucho viento y piden hora en el ambulatorio para que les miren las molestias aparecidas en una mano que ya no abre y cierra bien los dedos. ¡Y qué esperamos! ¡Qué creemos que somos! ¡Eternos, invulnerables, máquinas perfectas o con recambios para cada avería que surja!

Aceptar envejecer es aceptar la vida. Pero me parece que el mensaje que recibimos es que lo que hay que hacer es “prevenirse” contra la vejez, obsesionarse con dietas blandas, atiborrarse de drogas recetadas por el médico de cabecera para dormir bien, para el dolorcillo de cabeza, para regularlo todo en un intento absurdo y patético de alargar la vida –que no la juventud-, conservar la fuerza que se va con los años, pretender vivir hasta los cien, encerrados en casa, cuidados con mimo y esmero por familiares y/o trabajadores y sin exponernos a las corrientes de aire. Y a la mínima, corriendo a urgencias con los ochenta y pico a cuestas para otra revisión completa y el mismo diagnóstico de siempre que no es otro más que el del médico de toda la vida: “Usted lo único que tiene es años, amigo mío”.

A cambio, y lo sabemos todos, está la opción de “morir con las botas puestas”, en un aeropuerto en las antípodas o en una pista de baile en un hotel del Imserso. Mientras llegue ese momento he dejado de ir al médico cada vez que noto que me cuesta más agacharme, cuando me sientan mal las comilonas y las copas y al comprobar que no soy capaz de dormir más de seis horas seguidas. Y reafirmarme en que quiero vivir “como si no hubiera un mañana”, sobre todo porque ¡no lo hay!.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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