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Cecilia Casado

A partir de los 50

Gente que abomina de la gente

¡Sin pensar que ellos también son gente!. Este es el sinsentido más grande con el que nos llenamos la boca cada vez que tenemos la genial idea de hacer un viaje “diferente”, asistir a un evento “especial” o, simplemente, salir a dar una vuelta por las tiendas de la ciudad para comprarnos una camiseta básica.

Me asaltan imágenes de la muchedumbre moviéndose como rebaño mal guiado por doquier. En un centro comercial, en una plaza con luces navideñas, en las colas del aeropuerto. Y todos llevan cara de fastidio, una especie de gesto adusto o de repelús por tener que moverse entre esa marabunta.

Si se les acerca un micrófono todos dicen lo mismo: “Uf, hay demasiada gente, qué horror”. Y ante esa verdad de Perogrullo siempre me pregunto si esa mujer que acarrea bolsas, ese hombre que acarrea además a la mujer de las bolsas y los niños que van dando traspiés detrás de los de las bolsas se consideran de otra especie, ciudadanos VIP que deberían tener un pasillo especial para poder transitar sin que les moleste “la gente”.

Y como respuesta a esa pregunta tan ridículamente retórica no me alcanza más verdad –y se me clava como un dardo- que la de que “la gente” es tonta y no piensa lo que dice.

Recuerdo en mis viejos tiempos de salidas nocturnas cuando llegábamos a un pub y oteábamos el horizonte antes de entrar; si estaba medio vacío no queríamos pisarlo: “no hay nadie”,  y si encontrábamos uno que estaba a rebosar hasta la bandera también torcíamos el morro: “hay demasiada gente”. Supongo que algo habremos aprendido desde entonces.

Abominamos de la masa que viene a pisar nuestras calles –y a dejarse su dinero-, pero nos sentimos “señores” con derecho cuando pisamos las calles ajenas (y lejanas) en las que pagamos por transitar. Según estemos aquí o allí cambiamos la estructura pensante y las prioridades de derechos; no vamos a comparar lo que molestan los turistas en una pequeña ciudad como la mía como lo poquito que puedo yo molestar en una gran urbe como Madrid, por poner un ejemplo que conozco.

La vara de medir es diferente. Estamos demasiado acostumbrados a tomar como medida universal la circunferencia del propio ombligo. Y eso es de “gente tonta”. Si es que no aprendemos…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


diciembre 2023
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