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Cecilia Casado

A partir de los 50

Instantes de felicidad o algo parecido

El concepto “felicidad” siempre se me ha escurrido de las neuronas, vamos, que ni siquiera sé qué significa o cuál es la historia que me han querido vender desde pequeña. Ni en los libros, ni en las películas, ni en discursos nihilistas; ni mucho menos en lo religioso y ese “esperar otra vida mejor”. Nada. Que no consigo aprender –ni aprehender- el concepto, así que me cuesta mucho explicarlo.

Pero sí recuerdo que a mis niñas –cuando eran niñas- les solía preguntar por la noche, después del cuento y antes de los besos: -“Mi amor, ¿eres feliz?”, para que ellas me dijeran: “sí, amatxito, mucho” y yo pudiera irme a mi cuarto a leer con la conciencia tranquila. Supongo que ellas tampoco sabían lo que decían más allá de que no les doliera nada, tuvieran sus juguetes a mano y nadie les hiciera burla en la escuela. Cosas simples: techo, comida, afecto. La pirámide de Maslow de manual.

Fui digna hija de mi época dedicando mucho tiempo y desgaste a esa “búsqueda de la felicidad” que vendían filósofos y mercachifles. De mil maneras invertí ganas para acabar desganada. Leí libros, panfletos y libracos. Escuché discursos, escribí reflexiones, escudriñé mi alma o así. Y nada. O casi nada. Hice lo que me dijeron me daría la felicidad a la que todas teníamos derecho. Es decir: una boda de blanco, muchos besos, hijas sanas, dinero para algunos caprichos. Y nada.

He leído a los “maestros” de todo tipo y cualidad. Desde Krishnamurti hasta Blay, pasando por miles de páginas en las que se dictaban reglas para conseguir la felicidad. “Busca en tu interior”, “Escucha el silencio”, “Vive en paz con tu alma”. Y no sigo por no aburrirme a mí misma.

Pero lo que no me contaban es que hay dos mundos: el propio y el ajeno. La paz interior y las guerras externas. La bondad de corazón y la maldad de la humanidad. Lo de dentro y lo de fuera. Dos bandos irreconciliables en su eterna guerra a muerte.

Así que decidí que eso de la felicidad era un constructo social para vender cosas: ropa, perfumes, vacaciones, comida cara. Y en cuanto lo comprendí, cuando lo vi con claridad meridiana, dejé de buscar para siempre jamás.

De unos años a esta parte siento cosas. Me asaltan sensaciones curiosas y a la vez muy agradables. Como cuando me despierto por la mañana y abro la ventana y respiro aire puro (o casi) y me recorre un pequeño regocijo porque no me duele nada. O cuando salgo a la calle y veo mi coche aparcado y me da el impulso de acercarme a un monte para oler a vacas o hierba segada. Se repiten esos instantes al sentarme en el sofá con la bandeja de la cena en el regazo y darme cuenta de “qué bien estoy”. O al introducir el cuerpo bajo el edredón y darme cuenta de que tengo “toda la cama para mí”.

No sé si me explico. Instantes felices que si los sumamos en un mes o un año entero igual no dan ni para unas pocas horas, pero…Pues eso.

Que felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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