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Cecilia Casado

A partir de los 50

Ir por la vida sin miedo.

 

Ahora mismo estamos saliendo de Vitoria-Gasteiz, camino de Donosti. Llueve, como no podía ser de otra manera. Después de un mes entero sin sentir sobre mi vida una sola gota de lluvia regreso a mi tierra y las montañas me reciben, como no podía ser de otra manera, con el agua purificadora que anuncia la primavera.

El viaje en avión desde la Ciudad de México a Madrid ha sido malísimo. Desde las 7 de la tarde atravesando todas las turbulencias meteorológicas habidas y por haber en un sobresalto que ha durado casi trece horas (dos más de las previstas); sin poder pegar ojo porque cada vez que se me vencían las pestañas parecía como en esas pesadillas que sientes que te caes hacia abajo y pegas un bote en la cama. Pues lo mismo, pero botando en el asiento de un Boeing 777 sin pena ni gloria, intentando digerir la peor cena de la historia aeronáutica –ya tiene narices que pagues un billete de avión a precio de doblón y te sirvan de condumio algo que tú no se lo darías al perro.

¡Qué digo al perro! ¡Con lo que yo le cuido a mi Elurtxito…!

No contentos con ese atentado para con nuestros ya sufridos estómagos, nos despiertan a las cuatro y media de la mañana para cumplir con el trámite de servir el desayuno. ¡Qué asco otra vez! ¡Huevos revueltos a la mexicana con puré de alubias –o frijolitos que le dicen! ¡Como para echar hasta la primera papilla…!

Pero a lo que voy. Que llego a Madrid con dos horas de retraso, me pongo en la fila del equipaje y mi maleta sale la última (Murphy ataca de nuevo) y cuando ya voy despendolada a pillar el bus nº 200 que me llevará a la estación de autobuses de la Avda. de América, un taxi me toca el claxon y una encantadora mexicana con la que pegué la hebra ayer en el aeropuerto se ofrece a llevarme…a donde quiera. Así que compro mi billete ocho minutos antes de la salida del autobús que me dejará bien cerca de mi casa, dentro de tres cuartos de hora, que escribo esto a las seis de la tarde del lunes 19 de marzo.

Autobús. Accidentes. Críticas y comentarios. Leí a un articulista el otro día ensañándose con los servicios de transporte de viajeros por carretera y argumentando que él, como padre responsable, jamás dejaría que su hija fuera con el colegio de excursión, ni a esquiar ni a participar en ningún evento o viaje colectivo. Que la responsabilidad primitiva y última de los padres pasaba por no dejar la vida de sus hijos en manos de ninguna otra persona. Todo esto lo decía conmovido, evidentemente, por la terrible desgracia ocurrida en Suiza en días anteriores.

La verdad es que la opinión de este hombre, como ser humano y como padre, me pareció exageradísima e incluso estúpida, pero me he acordado de ello estas últimas horas en que, servidora y unos cuantos cientos de personas más, hemos puesto nuestras vidas al cuidado de los pilotos del avión primero y de los conductores del autobús después. (Por cierto, estos últimos realizando paradas cada hora y poco para relevarse en la conducción del autocar con merienda, películas, prensa, wc y wifi)

Dejamos nuestra vida –y la de nuestros hijos- en manos del conductor del topo, del conductor del bus del colegio, en las manos del que revisa el sistema de seguridad del ascensor, de los técnicos e ingenieros que fabrican el auto en el que nos desplazamos; en las manos del cocinero que puede envenenarnos, de la enfermera que podría equivocarse de medicamento, del médico que yerra un diagnóstico y, lo que es peor, del maestro que enseña mal y del político que gobierna peor.

No podemos erigirnos en dioses con poder sobre la vida y la muerte. Así que yo viajo tan tranquila en este autobús, después de haber sobrevivido a los sobresaltos del avión, camino de mi estación final de destino por el día de hoy. Donde también me puede estar esperando la muerte al lado de la vida, la tristeza de la mano de las alegrías … y casi seguro, la lluvia. ¡Bendita lluvia!

En fin.

LaAlquimista

Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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