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Cecilia Casado

A partir de los 50

No importa estar un poco triste aunque no se sepa porqué

 

Hubo un tiempo en mi vida en que me dediqué tontamente a analizar todos y cada uno de mis estados de ánimo, como si quisiera, a través de la razón, comprenderme un poco más y, sobre todo, justificarme a mí misma. Con el paso de los lustros me fui dando cuenta de la tamaña tontería que era esa parte de mi comportamiento y tasqué el freno para siempre.

Así que ahora, cuando estoy contenta sin saber porqué lo disfruto sin preocupaciones y dejo de lado el microscopio emocional. Sin embargo,  cuando es la tristeza la que se levanta conmigo por las mañanas me cuesta mucho más fingir que no le presto atención y seguir mi vida como si tal cosa y como racionalista que soy sé que tengo que desmenuzar la emoción siquiera una vez para poder decir: vale, de acuerdo, esto ya sé porqué me pasa y no me importa.

La mente tiene un escáner poderosísimo que funciona al ralentí durante el día y a pleno rendimiento durante el sueño y es allí cuando se detectan ignotas molestias, cuando surgen de los recovecos del alma algunos sueños enmohecidos o se activa el sistema de las lágrimas con efecto retardado. Todo vale para ese ingenio sin descubrir que llevamos dentro de la cavidad craneal.

Otra cosa es lo que se da en llamar alma. O espíritu. En esa nebulosa fantástica llena de etéreas emociones flotamos mal que bien demasiadas veces al vaivén de estímulos externos aunque intentemos que las “corrientes de aire” sean las menos posibles a favor de la paz interior. Y en esas luchas, en las que no siempre estamos presentes, surgen tristezas inefables que no llevan nombre ni origen determinado. Y como deberíamos saber que no todo lo que nos acaece puede quedar constreñido al ámbito estricto de nuestro “control”, la mejor decisión –desde mi punto de vista- es dejarlo correr y esperar a que cambie el viento.

 Hoy puede ser uno de esos días en que me despierto descansada y al levantar la persiana descubro que un sol hermoso me está esperando. Sin embargo, me hago la remolona. Preparo mi desayuno automáticamente, sin dedicarle a mi estómago el homenaje que otros días le regalo. Visto mi cuerpo de agua y espumas y cuando ya está listo para decirle al nuevo día, “bueno, aquí estoy yo”, se queda mudo, parado, como un mal actor que olvida su papel en mitad de una escena.

 Es un déjà vu que ya conozco desde siempre así que me recuerdo que no tiene importancia, que la escena puede quedarse detenida todo el tiempo que yo quiera, que nadie me juzga desde el patio de butacas, que tengo todo el derecho del mundo a suspender la función de ese día si así lo considero necesario, que soy mi propia empresaria, directora y primera actriz. Que estar un poco triste sin saber porqué no tiene ninguna importancia y que no voy a forzar ni sonrisas ni alegrías que hoy no están sino ser yo misma sin tener que dar cuentas a nadie de cómo me siento hoy. De la misma forma que las nubes no nos piden permiso para lanzar la lluvia ni para retirarse y dejar que luzca el sol.

 No importa, de verdad que no.

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

laalquimista99@hotmail.com

 Foto: Amanda Arruti

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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