Me he tomado un mes sabático, este de Junio, del 1 al 30, ambos inclusive. He dejado mi hogar donostiarra al cuidado de mis más que amables vecinos y he hecho carretera y manta hasta “mi otro mar” donde he alquilado un apartamento que, no hace falta decirlo, es menos confortable que mi vivienda habitual, pero que me permite “aislarme” del ruido citadino, escaparme de los pocos eventos sociales para los que me requieren y donde me despierta un gallo cantarín a eso de las siete y media de la mañana.
Mi “Walden” particular con wifi y supermercado a tiro de piedra, pero donde “me aburro” lo que no está escrito. Como estoy de cuidadora perruna –y bien feliz de hacerlo- el primer paseo matutino es revitalizante a través de unos jardines medio salvajes que me pillan a mano y ya me ponen contenta para desayunar en la terraza, al pie de la buganvilla exuberante.
La playa está cerca y siempre hay sitio para aparcar y puedo caminar los kilómetros que quiera -hacia la derecha o hacia la izquierda-, que me dejan el menisco y el trocánter más finos que el coral.
El baño no es preceptivo porque si hace viento no mola la sensación al salir, ya que aquí no hay ni duchas ni cabinas, aunque sí un chiringuito donde hacen un riquísimo café con leche al módico precio de tres euritos.
Antes del ángelus, vuelvo a casa, leo en el jardín, si me apetece me baño en la piscina y mis conversaciones vecinales son, como mucho, de medio folio. Ya digo, un aburrimiento comer sola en la terraza, hacer la siesta con la perrita a mis pies, pintar mis cuadritos y leer otro rato más antes del paseo vespertino por unos andurriales no exentos de encanto. No voy al pueblo ni por casualidad.
El móvil en silencio todo el santo día y también silenciada la gente que usa y abusa del whatsapp; ni tele, ni prensa, tan sólo algunos titulares por encima no vaya a ser que llegue el apocalipsis ultraderechista y me pille con el pasaporte caducado.
Insisto, un “aburrimiento” total y absoluto. Y cuando me entra el “mono”, me chuto una dosis de RRSS procurando que sea lo más pequeña posible.
Y así un día y otro día y otro más…sin meterme con nadie y, oh, regalo de los dioses, sin que nadie se meta conmigo ni me dé la chapa en el ascensor. Que esa es otra.
Felices los felices.
LaAlquimista
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