Ayer me salté la playa porque recibía la visita de gente querida capaz de hacerse 150kms. para venir a abrazarme y compartir conmigo unas horas. Así que fui de buena mañana al Esclat, que es un súper que tienen cosas de km.0, y sobre todo, pescado del bueno, del mar, bien elegido y preparado. Es caro en comparación con otros de la zona, pero bien vale darse un poco de capricho cuando la ocasión lo merece.
A las diez de la mañana de un día soleado y todavía fresco, estábamos cuatro clientes con cara de despistados, que es lo que me pasa a mí cuando entro a un comercio y estoy prácticamente sola y todas las dependientas están pendientes de qué miro y qué toco.
“Veni, vidi, vincit” y en menos de un cuarto de hora ya estaba yo enfilando a las cajas para pagar. Ahí me tropecé con el criterio vergonzoso del Consejo de Dirección, la Oficina de Recursos Humanos y la Directiva de Marketing del supermercado. Menos afluencia, menos servicio, ergo UNA CAJA ABIERTA nada más y diez clientes con sus carritos y cara de desesperación esperando.
Sin embargo, en la otra esquina, casi camufladas con la pared, estaban las cajas de “autopago”, ese invento del pitagorín de turno que ha decidido que el cliente haga el trabajo del empleado como si estuviera en nómina.
Empecé a poner las cosas sin ton ni son sobre la superficie inteligente que lee los códigos de barra y según las leyes de Newton y las de la física cuántica, empezaron a pitar chiflidos y a encenderse luces porque con mi actitud estaba provocando el caos tecnológico pertinente. Adrede, además, con la alevosía que provoca el abuso cuando te lo ponen delante.
Como por arte de magia apareció una empleada –pelín malencarada- a decirme: “Senyora que ho està fent tot malament”, a lo que respondí con mi mejor acento catalán de vasca poliglota: “Senyora…¡és que jo no treballo aquí!”. Y dejé que ella desfaciera mis entuertos. Una vez pagado todo y embolsado convenientemente, me despedí de ella como Fernando Fernán Gómez, pero por lo bajini.
(En la única caja abierta, seguían los carros llenos y pacientes haciendo la cola mientras sus portadores (casi todos hombres) miraban fijamente sus teléfonos móviles ajenos a cualquier otra circunstancia).
Mis invitados apreciaron el esfuerzo culinario, alabaron mi pequeña guarida vacacional y me achicharraron las meninges explicándome –según su punto de vista- la situación política catalana del momento actual. (Y yo que hubiera preferido charlar del sentido de la vida en general o del desencanto en particular). Al despedirnos –casi a las nueve de la noche- les conté la anécdota matutina del supermercado y la rematé enganchando una moraleja con la otra: “Es que yo no trabajo aquí”, les dije… y lo entendieron a la primera. Los vascos y los catalanes, ya se sabe que siempre nos hemos llevado bastante bien…
Felices los felices (y el salmón salvaje de Canadá una delicatessen, las gambas blancas de Palamós, gloria divina, y el queso de Idiazábal que había traído de Euskadi, ni te cuento)
LaAlquimista
Te invito a visitar mi página en Facebook.
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com