El problema de venir de un deporte donde el 90% de los atletas siguen con el mismo entrenador durante toda su carrera deportiva -el 75% en atletas considerados de elite- y de haber vivido/disfrutado de una Real Sociedad donde los entrenadores campeones de Liga y Copa mantenían su puesto durante temporadas y temporadas, es que cuando aprecio un cortoplacismo devastador en numerosos clubes de fútbol me provoca desilusión.

Hace años los equipos considerados como ‘serios’ eran los que mantenían a los técnicos a pesar de esas crisis que en uno u otro momento aterrizaban en sus campos y generaban un mordisqueo de los puros en la grada. Los múltiples cambios de banquillo pertenecían a los clubes más barriobajeros, con perdón. Esto, evidentemente, ha dejado de ser santo y seña. Hoy por hoy, por un saque de banda mal efectuado te piden la cabeza. O por ir en quinta posición cuando el pueblo aspiraba a ser cuarto, tienes encima del cogote una blanquecina batería de pañuelos.

En dos fines de semana ha caído la guillotina a los técnicos de Espanyol y Valencia, éste tras el excelso juego de la Real Sociedad, otro de los banquillos tambaleantes al menos hasta hace unos minutillos. También en otros campos (Granada) se ha coreado la canción de moda “xxx dimisión” y en las ‘xxx’ pongan el nombre o apellido de su víctima preferida. Y llegarán más. No hay paciencia. O no hay dinero para echar al entrenador abroncado, como ocurrió en el Betis el pasado año. Nadie quería a Pepe Mel pero la rota economía del club obligó a mantenerle a pesar de ir en puestos de descenso. Hoy el equipo está en posiciones Champions.

En el caso de la Real Sociedad el dedo pulgar gira hacia el suelo se obtengan los resultados que se obtengan. El francés no ha caído bien y punto. No gusta. Es el pim, pam, pum (como en su día escribí) sin solución. A mí también me han sorprendido/mosqueado algunas de sus decisiones. No he entendido alineaciones, cambios, rotaciones, marginación de jugadores… Pero oiga, el caso es que cuando el equipo funciona, juega de maravilla, incluso en partidos donde la Real ha terminado perdiendo. “Eh, eh, eh… que cuando el equipo maravilla es gracias a los jugadores”, alguien salta a mi cuello.

– “Pero si marchan en séptima posición”, avisa el inocente.

– “Y si no llega a ser por ese, estaríamos ya cuartos”, matiza el crítico profesional.

Pues nada señores, no hay vuelta de hoja. Cuando lleguen las derrotas, sonrojantes o no, el abucheo irá para el de siempre. Y si el equipo funciona y está por ahí arriba, palazo al mismo porque ha acertado con el equipo y con el sistema demasiado tarde, y siempre ha sido un freno. Que termina la Real decimosegunda: “es que es un petardo el que dirige”; que termina quinta: “es que podía haber sido tercera”. Siempre va a perder.

A casi todos gusta jugar a entrenador aunque no tengamos un puñetero dato del vestuario, ni sepamos situaciones internas o avisos médicos sobre tal o cual jugador. Los especialistas en alineaciones de 14 jugadores siempre ganan. El que elige a 11, es un tuercebotas. Y esta teoría es trasladable a todos los clubes, solo se salva el Barcelona. Allí las rotaciones o los descansos de grada, son habituales y nadie rechista.

No seré yo quien pida su continuidad ni su cabeza. Quizás, eso sí, sería coherente dejar trabajar a la gente y analizar los datos con resultados finales, con perspectiva, con trayectoria, y no que cada 90 minutos de un partido se forme un plebiscito. Es saludable opinar y criticar y aportar. No lo es el mal meter y zancadillear y prevaricar.

Es coherente y necesario permitir que el profesional trabaje con tranquilidad, eso sí con exigencia. Y debe serlo para Montanier y para el siguiente que dirija a la Real Sociedad, que llegará antes o después.

Su contrato finaliza el 30 de junio. – “¿Y si el equipo llega a Champions?”. – “Pues que le den”, gritarán a coro.