Sebastian Coe ha sido elegante toda la vida. Como atleta era un placer estético. Como dirigente ha marcado pautas. Como responsable de la organización de los Juegos Olímpicos ha triunfado. Y como humanista del deporte sigue dando lecciones magistrales.
Sus palabras en Madrid, en el acto donde recibió la medalla de oro del Mérito Deportivo del CSD, son para encuadrar y recordar a los jóvenes atletas y a quienen aún defienden, por cualquier vía, la lacra del dopaje.
Coe fue muy clarito. Es partidario de sanciones de cuatro años cuando un atleta dé positivo por dopaje “hay que echarlos del deporte” fue su frase textual. Ahondó con un tajante “no soy nada tolerante ni condescendiente”. Vaya por delante su posición personal. Él se pone al frente de la lucha contra el dopaje, sin dudas, sin recovecos, sin medias tintas, sin ambages.
Segunda idea clave en su discurso. “El deporte depende de las confianza. La gente quiere tener seguridad de que lo que está viendo en los estadios es legítimo”. Vamos, que quiere pagar por algo creíble. Que no le engañen. Que el deporte sea deporte y no química vendida por el médico menos ético.
Y tercera idea de Coe. “Los comités olímpicos, las federaciones, los gobiernos… tienen la responsabilidad de educar. El valor más importante que se le debe dar a un deportista que empieza es un marco moral”. Pero el exatleta británico va más allá: “Y si a pesar de esa educación recibida, el deportista decide hacer trampas, hay que echarle del deporte”. Esta reflexión va unida al mensaje para todos aquellos que justifican el dopaje: “No entiendo que se anime a los que han dado positivo a que vuelvan”.
Desde luego si aplaudí a Coe como aficionado al atletismo, ahora la ovación es total para el actual vicepresidente de la Federación Internacional de Atletismo.
Thank you very much, Sir Coe.