Vaya por delante que disfruté del campeonato de Europa. Ya sé que era en pista cubierta, con el limitado programa que eso supone, que muchas de las figuras prefieren el verano, que otros no están al máximo. Da lo mismo. Disfruté. Disfrutaron los aficionados. El nivel de marcas fue notable. Carreras trepidantes. Concursos de saltos con dosis de emoción, y hasta un listón de pértiga que sobre 6.07 metros no cae pero es nulo (a revisar bien el reglamento bien los soportes…)
La actuación del equipo español dirigido ahora por el donostiarra Ramón Cid tuvo una actuación de notable alto. Cuatro medallas, seis finalistas más. Un oro en altura femenino; un subcampeonato en el 1.500 femenino; un quinto puesto en triple femenino; una finalista en peso. Las mujeres chutan y de lo lindo y en todos los sectores. El mediofondo fue de nuevo el otro escudo. Tres medallas en el sector. Cierto es que el 1.500 metros esta vez no remató el trabajo. No siempre el pleno es total.
Y no quiero fijarme esta vez en el resultado de medallas o finalistas. He hablado con un par de atletas de la selección y lo que más me ha gustado es la coincidencia del buen ambiente, de la responsabilidad de hacer un buen papel pero sin la guillotina de una presión excesiva, de la intensidad por mejorar y por quererlo hacer bien al ser conscientes de que su selección, su atletismo, su deporte… necesita de un comportamiento positivo y ejemplar. No son tiempos de ritmo de caracol. Es momento de vestirse con el buzo del rendimiento y no con el Armani del registro estupendo.
Estos aspectos son los que quizás han podido mejorar con la entrada del director técnico. No tanto la cifra de medallas. Salvo un par de detalles a mejorar, el rendimiento en la pista ha recibido muy buena nota. Los recortes obligan a los equilibrios. La presencia en un campeonato se mirará con lupa, pero el parámetro de la edad, de ir confeccionando un equipo de futuro y con futuro, con experiencia adquirida en competiciones ‘menores’ y con posiblemente más de un pufo, también será clave. Entiendo que un atleta de 32 años que no tiene posibilidad de pasar unas series o una calificación, podría no ir a ese campeonato. Sin embargo, un atleta de 20-24 años con igualmente pocas opciones pero con proyección, sí sería seleccionable.
Son nuevas formas, nuevos tiempos. El atletismo español tiene futuro, ciertamente no con tantos valores de medalla, pero sí camino. Como lo tienen esas figuras que han dado luz al europeo de Goteborg. Ahí están las finales de 60 metros con Vicaut y Dasaolu en 6.48; el cuatrocentista checo Kaslak; el hipercompetidor polaco Kszczot que arrebató el oro al magnífico Kevin López; qué gozada el vallista ruso Shubenkov; otro ruso en 2.35, Mudrov; dos saltadores de longitud en 8.31 y 8.29; el triplista italiano Greco volando a 17.70; el fabuloso pertiguista francés Lavillenie con otra exhibición en 6 metros más ese nulo ciencia ficción… y cuatro fogonazos en el apartado femenino con la búlgara Naimova y la inglesa Shakes en velocidad; la mediofondista sueca-etíope Aregawi, y las saltadoras Klishina y Saladuha.
En verano (Mundial en Moscú) las cuentas se revisan con lápiz fino, lo entiendo, pero no dejemos de disfrutar, de ver la botella medio llena en un invierno claramente de transición entre Juegos y mundiales. Aunque me da la sensación de que los atletas ‘europeos’ cada vez ven más sus campeonatos continentales como un refugio donde cazar éxitos que son casi imposibles en cuanto aparecen las camisetas de USA, Jamaica y África. Ellos también aprovechan el momento.