He tenido noticias de una aldea perdida en el mapa, pero real como la vida misma. Real como las personas que viven allí. Real como los animales que se alimentan de sus prados. Hablo de la aldea de los Piripkura en Brasil, en el mismo corazón del Amazonas.
Los Piripkura los componen unas 20 personas, tienen su propio idioma y su forma de vida es caminar por su cada vez menos enorme aldea para pescar y recolectar. Antes eran muchos más, pero el hombre blanco poco a poco los ha ido asesinando y han querido apropiarse de su terreno.
Por si esto no fuera poco, la fuerte deforestación sufrida por este pueblo y muchos otros que, no olvidemos, el Amazonas es su hogar, han hecho que el gran pulmón del planeta vaya desapareciendo poco a poco pero de manera continua.
A veces la imaginación me lleva a rincones diversos de este loco planeta. Esta semana he tenido un sueño. Un niño pequeño de los Piripkura se sentaba a la luz de la luna llena junto a su abuelo. Él le contaba relatos de sus ancestros. De cómo vivían, de cómo cazaban, de lo fértiles que eran sus campos y de todo aquello que la naturaleza les daba.
El niño le preguntaba por qué ya no crecían más árboles. El abuelo con profundo dolor le contestaba que para qué iban a nacer si el hombre blanco estaba arrancando la mayoría de los que ya había en pie. El niño le volvía a preguntar que para qué los arrancaban. A lo que su abuelo le respondía que para que un hombre blanco fuera más importante que otros. A lo que la sabiduría del niño le respondió sin dudar que si no era mejor que todos fueran iguales y así dejaban el árbol en pie. Ya que ellos necesitaban ese árbol porque les daba frutos y sombra para llevar mejor el calor del verano. El abuelo reaccionó sorprendido a la respuesta de su nieto. Lo miró profundamente y en sus ojos asomaron las lágrimas de un señor que jamás había salido de su aldea si no era para traer alimentos a los suyos.
El abuelo temía que no iba a terminar sus días en su aldea del alma ya que el avaricioso hombre blanco no paraba de talar árboles. Se había prometido que iba a defender hasta la última gota de sangre su familia y su aldea. Y si para ello era necesario matar a algún hombre blanco o morir, no lo iba a dudar un segundo. Primero era su familia y el arraigo a sus tierras y luego la avaricia atroz del hombre blanco.
Dedicado a todas las personas que luchan en favor de un planeta mejor.