Mi nombre es Antonio aunque todo el mundo me llama Toñito. Es normal porque soy el cuarto Antonio que hay en la familia. El abuelo de mi padre, mi abuelo, mi padre y yo nos llamamos igual. Y además todos vivos. Al menos hasta la semana pasada. No sabemos nada de ellos. Salimos de nuestra casa hace 4 días en dirección a Almería.
En Málaga vivíamos tranquilos. Mi padre trabajaba en el campo, mi madre se ocupaba de mí y de mis 5 hermanos. Íbamos al colegio, jugábamos y comíamos lo poco o mucho que tocaba cada día. Tuvimos que salir de madrugada. Hemos aprendido en poco tiempo que caminar de noche por esta carretera es más seguro que cuando alumbra el sol.
En estos días he visto cosas que no pensaba haberlas visto en mi vida. Y no me refiero a los 14 años que tengo, si no a toda mi vida. He visto una marea humana huyendo de su casa para ponerse a salvo de las bombas, gente sentada sobre un pedrusco, exhausta y dejando a sus hijos ir con cualquier persona conocida porque ellas ya no podían continuar. Hay muchos niños chiquitos que van solos, sin la compañía de ningún adulto. He visto a madres muertas amamantando a sus hijos que aún estaban vivos.
Un amanecer nos bombardearon desde los barcos que estaban a escasos metros de la costa, por donde va la carretera que está siendo nuestro hogar durante estos penosos e interminables días. La gente se refugió en un agujero muy grande donde entraron madres y abuelas con sus hijos. Calculo yo que habría unas 30 personas. Tuvieron tan mala suerte, o los militares tanta puntería, que uno de los proyectiles fue a caer justo en el agujero que estaban utilizando de refugio provisional. Quedó todo como una gran masa; como un amasijo de metal, restos de cuerpos, vísceras y sangre.
Dicen que nos queda más o menos la mitad del trayecto. Sé que mucha gente, en especial la de mayor edad, se quedará en el camino. Ayer comimos cáscaras de plátano, restos de habas y por suerte encontramos un manantial y después de casi dos días sin beber pudimos hacerlo. Llenamos de agua los pocos recipientes que hemos podido coger de casa.
No sé cuánto durará este horror, pero yo ya estoy cansado de huir. De andar de noche y escondernos de días. De vivir en el infierno estando en la tierra. Quiero volver a mi normalidad, a lo que he conocido. A vivir en libertad.
8 de febrero de 1937
Carretera Málaga – Almería
La desbandá