Esa era la mañana elegida. La última mañana.
Me tocaba hacer la compra. Salí como si nada. No había dicho a nadie lo que iba a hacer. Cogí el dinero para hacer la compra y el móvil para recibir la llamada en la mitad de la hora. Andrei me abrió la puerta y yo salí como una mañana más que iba a hacer la compra. Tenía todo calculado. Empezaría a hacer la compra como si nada, y al recibir la videollamada actuaría como otro día cualquiera que me tocaba hacer de recadista. En cuanto terminara de hablar con Andrei dejaría todo y saldría a coger el autobús que me llevara a la estación central. Ahí cogería un tren que me llevara a la gran ciudad. Consideré que era más seguro que el autobús ya que sabía que iban a salir a buscarme en coche. Ese era mi plan.
Esa mañana era diferente a cualquier otra. Hasta el aire olía diferente. Pude controlar los nervios que me apretaban el estómago. Una vez dentro del supermercado comencé con mi actuación. Estaba acostumbrada a demostrar interés, placer, felicidad,… Lo que pasa es que siempre la actuación era de puertas afuera, y esta vez yo era la protagonista y actuaba para mí misma. Empecé a llenar el carro y a la media hora en punto me llamó Andrei. Contesté normal y en cuanto colgué el teléfono salí hacia la parada de autobús. Llegaba en 3 minutos. No tenía tiempo que perder. Tenía tan solo media hora. El viaje a la Estación Central era de 20 minutos escasos. Luego subir una escalera, comprar el billete de tren y en 15 minutos saldría el tren que me llevara a La Gran Ciudad. Toda la información la había sacado de Clemente. Un señor que estaba a punto de jubilarse y que trabajaba en la estación como expendedor de billetes. Como follador era malo, pero como persona tenía un gran corazón.
El viaje a la Estación Central lo hice sin ningún sobresalto. Tenía la impresión de que en cualquier momento me reconocería alguien, pararían el autobús y la policía haría un control rutinario para detenerme. Si se hubiese enterado Luís, él tenía los mecanismos para poder hacerlo. Llegué a la parada del bus sin ningún problema y me encaminé a comprar el billete. Tan solo quería que no estuviera Clemente. ¡No estaba! Todo estaba saliendo según el plan previsto.
– ¡Ring! – sonó el teléfono justo a la media hora.
– ¡Hola Andrei! – le contesté con normalidad desde la calle para hacerle creer que estaba camino al Club.
– ¿Dónde estás? – preguntó furioso.
– De camino. LLego en un instante. – contesté rápidamente para que no se diese cuenta que no era así, y colgué.
Tenía 5 minutos antes de que me volviera a llamar Andrei. Subí a mi tren y tomé asiento. Enseguida volvió a sonar el teléfono. Quité el sonido. Justo en ese instante tomé conciencia de lo que estaba haciendo y del riesgo que estaba tomando. El tren se puso en marcha a la vez que volvía a sonar el teléfono. Esta vez era Luís. Me lo imaginé con el gesto descompuesto, gritando como un cerdo el día de San Martín y pidiendo a sus secuaces que salieran a donde fuera en busca mía. El tren ya estaba en marcha. Nadie sabía a dónde me iba. Ni siquiera mi tía que vivía en La Gran Ciudad y era mi primera opción para evitar dormir esa noche en la calle. El viaje era de 5 horas. No tenía paradas. Todo esto me daba cierta seguridad aunque el teléfono no paraba de sonar.
En más de 7 años no había visto otra cosa que el Club y el camino al supermercado. El paisaje me parecía maravilloso. Grandes prados amarillos llenos de cereales y girasoles. El día estaba soleado y la gente paseaba por los caminos rurales que tenían cerca de su casa. Era como una película de aquellas que veía cuando era pequeña en casa de mis padres. Después de un buen rato el cansancio me pudo y me quedé dormida.
– ¡Señorita! Le ha sonado el teléfono unas cuantas veces – me despertó una voz anciana susurrándome al oído.
– Gracias señor. Seguro que es alguien vendiendo seguros o teléfonos. No les contesto nunca.
El tren llegó enseguida. Había estado dormida casi 4 horas. Bajé acelerada. Tenía la impresión de que aquellos cabrones malnacidos me iban a encontrar enseguida. Tenía que llegar a casa de mi tía enseguida. Me acordaba perfectamente de su dirección. Al menos en la que vivía hacía más de 8 años. Cuando nos escribía cartas a mi casa de Rumanía. Gracias a mi memoria, yo quería estudiar Derecho, recordaba que vivía en la calle Libertad nº 1. Pregunté a una señora dónde podía coger un metro que me llevara a esa calle. Tan solo me quedaban 2 euros del dinero que me había dado Andrei aquella misma mañana para hacer la compra. No podía fallar.