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Guzmán Villardón

Historias cotidianas

El último viaje de Nasha

La niña que descubrió demasiado pronto la maldad del ser humano, la adolescente que tuvo que partir de su aldea para hacer realidad su sueño, la mujer que tuvo que despedirse de su país ya que ese sueño no llegaba. La noche como compañera de viajes, de anhelos y de deseos. Llegó a Europa pensando que ese viaje iba a ser el último. Esta es la historia de Nasha. Pero podría ser la de cualquiera de nosotros.

 

Siempre mirando al mar

La noche abraza sus sueños. El río navega silencioso hacia el mar con su susurro durmiente. El rugido de un león rompe el silencio de la tranquila noche africana. Mañana espera otro nuevo día en una aldea perdida al sur de Nigeria, en el mismo alma del Golfo de Biafra.

Cuando estás creciendo piensas que el mundo es tal y como lo vives tú. Si vives en una casa de adobe, con tu padre, tu madre y tus tres hermanas. Si la escuela es un lugar donde aprendes como mucho a leer, escribir y sumar. Si tienes que colaborar en tu casa, por muy humilde que esta sea y tu padre es un señor que tan solo ves a la noche durante unos pocos minutos; piensas que todo el mundo vive igual que tú, hace lo mismo que tú y tiene las mismas oportunidades que tú. “Nosotras éramos pobres. Teníamos lo justo para vivir. Mi padre caminaba tres horas todos los días para cultivar un pequeño campo de maíz. Mi madre se ocupaba de nosotras cuatro. Teníamos la escuela y la iglesia en el mismo poblado. Ese era mi mundo de niña. Pero jugábamos con los pocos medios que teníamos y a pesar de todas las carencias económicas que teníamos, yo he sido una niña feliz”.

Muchas tardes, después del colegio, iba a pasear con sus hermanas a orillas del río Níger. Llegaban hasta su desembocadura. Ella se sentaba y miraba el horizonte se preguntaba qué habría detrás de esa delgada línea azul que separaba mar y cielo. Después volvían a casa antes que anocheciera y alerta de no cruzarse con cualquier animal hambriento. Otro de los momentos que rompía la rutina llegaba los domingos cuando la madre de Nasha les preparaba para ir a misa del padre Kwame. Como la mayoría de niñas, Nasha no quería ir; pero el domingo era el único día de la semana que se vestían con esos vestidos coloridos típicos africanos, les trenzaban el pelo e incluso se perfumaban con una mezcla de flores aromáticas que preparaba su madre. Y después del sermón un pequeño almuerzo especial a base de tortas de maíz, arroz y algún dulce que preparaban las más mayores del lugar. En definitiva, era un día especial. Bien merecía una misa, si te vestían con las mejores galas, comías algo diferente y jugabas con el resto de niñas de tu aldea. “Mi madre era una mujer católica y así nos enseñó a las cuatro hermanas. Yo era la pequeña y me tocó adaptarme a las costumbres ya establecidas en mi casa. Hasta que salí de mi aldea tan solo hablaba igbo que es el dialecto en esa parte de Biafra. La dura guerra había acabado hacía más de 10 años cuando yo nací. El futuro que me esperaba en mi aldea era casarme con alguien impuesto, tener hijos y cuidar de ellos. Antes de llegar a la adolescencia, yo no sabía qué quería para mi vida en el futuro, pero lo que tenía claro era que la vida establecida por las normas de mi país, no era lo que yo deseaba para mí”.

Cuando cumplió los 12 años, Nasha partió de su aldea y se dirigió a la capital Abuya, para seguir estudiando y así poder labrarse un futuro mejor. Fue a casa de su tía, ya que ésta no había tenido ni marido, ni hijos y así Nasha abandonó su casa con una mezcla de pena y esperanza. Era el primer viaje de muchos que el caprichoso destino le aguardaba.

 

El ruido de la gran ciudad

Pitidos de coches, gran cantidad de gente allí por donde fueras, polución y altas construcciones de ladrillo. Este era el nuevo entorno donde Nasha tenía que buscar su hueco en Abuya, gran capital de Nigeria. Y lo encontró. Por las mañanas iba a la Universidad a cursar Ciencias de administración y gestión de empresas; por la tarde trabajaba en un bar céntrico de la capital y por la noche estudiaba hasta que el cansancio le vencía. “Fue una etapa de mi vida dura pero la recuerdo con nostalgia. Desde niña tenía claro que quería formarme para buscar un futuro mejor para mí y para los míos. Quería terminar los estudios y volver a mi aldea para montar una empresa relacionada con la agricultura y la ganadería; y así aportar a mi familia y vecinos un hilo de esperanza para cambiar su vida . Pero tan solo Dios sabe de sus intenciones”.

Antes de terminar la carrera, Nasha ya se dio cuenta que su futuro no estaba en Nigeria, tampoco en África. Un compañero de Universidad le comentó que en cuanto acabara la carrera se iba a ir a Alemania. Él tenía un hermano trabajando allí y le iba muy bien; trabajo, casa, coche, familia y unos hijos con un futuro por delante. Tan solo necesitaría 2000 dólares y aquel sueño se convertiría en realidad. Nasha también se puso a ello. Fue ahorrando poco a poco todo lo que podía. No le resultó muy difícil, ya que su tía no le cobraba nada. Ni por la habitación, ni por la comida, ni por la luz. Por nada. Tenía un buen trabajo en el Ministerio de Salud y decidió que todo lo que ganara su sobrina iba a ser para ella. “Cuando salí de Abuya tenía 25 años y toda una vida por delante. La ruta más segura para emigrar era en avión hasta Argel y de ahí un autobús que me llevó a Ghazaouet donde pasaríamos en patera hasta la península”.

El segundo viaje de Nasha había comenzado.

 

La playa de los muertos

Cuentan los más viejos del lugar que esa playa de la costa almeriense era donde acababan los cuerpos sin vida de los marineros que morían en alta mar. Esa playa era el destino de Nasha. Una patera cuya eslora medía 10 pies y donde venían hacinados como si fueran animales más de 40 personas. Con un deseo común, tener una vida mejor para ellos y para sus familias. “Aquella noche fue el peor momento de toda mi vida. Además de estar tan pegados que apenas podíamos respirar, el miedo se sentía en el aire, en el respirar de cada persona. Hacía frío, sin mantas, los niños llorando, en plena oscuridad. No teníamos ningún punto de luz que nos guiara. Recuerdo que solo quería que aquello terminara. Me encomendé a Dios y le dije que aceptaba mi destino. Que me ponía en sus manos. Que si tenía que morir, que así se hiciera su voluntad”.

Como tantas otras personas que intentan llegar a Europa jugándose la vida, fueron interceptados por la Guardia Costera y llevados a tierra. El recibimiento fue el esperado. Envío inmediato al CIE de Algeciras y la incertidumbre por respuesta. Después de varias semanas, sin previo aviso, les llamaron a unos cuantos y les hicieron formar en cinco filas; cada una con un número. Nasha era la número dos y ese era el autobús que le llevaba a Donostia. Así de fácil y así de duro fue su llegada a tierras vascas. Ella no sabía nada. Nadie le había dicho nada.

 

Una vida tranquila

A veces ocurre que la vida te cambia por completo. Bien sea por un zarpazo en el alma, por una ausencia o por una nueva llegada. Otras ocasiones lo que pasa es que es la propia persona quien cambia la dirección de su vida. Eso fue lo que le ocurrió a Nasha. Fue ella quien tomó las riendas de su vida y tuvo que reestructurarla desde los cimientos. De su Nigeria natal a Gipuzkoa, en concreto a Errenteria. De vivir siempre con familiares a convivir con personas que no conocía. De tener el guión de su vida escrito, a ser ella misma la única autora.

Nasha a pesar de tener sus estudios no se quedó quieta. Comenzó a estudiar castellano y euskera; y se puso a trabajar en lo que le saliera; de cocinera, limpiadora o cuidar niños. Ella nunca decía que no a ningún trabajo. “Venir a Europa me cambió totalmente la vida. Pero yo era muy consciente de que nadie me iba a regalar nada. Ni lo quería. Estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. No era la primera vez que lo hacía. También tenía espacio para el ocio, algo impensable para una mujer nigeriana que viviera en África. Empecé a salir con la escasa colonia nigeriana en Donostia y ahí conocí al que se iba a convertir en mi marido”.

Poco después de la boda llegaron Princess y luego Ezugo. Su marido Harrier trabajaba en la papelera de la ciudad y ella se quedó en casa para cuidar de su hija y de su hijo hasta que el pequeño comenzó la primaria. Pero Nasha no perdió el tiempo durante esos años. Aprovechó para estudiar auxiliar sanitaria para que el día que empezaran el colegio, ella tuviese una titulación con la que pudiera buscar un trabajo. Pero todo no fue color de rosa. Primero vivieron de alquiler en un piso con otras tres familias más. Luego, gracias a un vecino de la casa donde estaban, se fueron a vivir a un bajo que esta persona tenía habilitada como vivienda. Y llegó el día que pudieron comprarse su propia casa. “Miro hacia atrás y me parece mentira todo lo que he vivido. Todas las circunstancias que he atravesado. En cualquier momento podría haberme cambiado la vida de manera drástica. Pero gracias a Dios no lo hizo. Aquí tengo la vida que siempre soñé. He construido una familia. Podemos ir a Nigeria cada dos o tres años para ver a mis hermanas. He podido ser madre. La mitad de los niños que nacen en mi país mueren a las pocas semanas o en el mismo parto. Por eso allí celebramos especialmente el primer año de vida. Hacemos una fiesta especial a la de cualquier cumpleaños. Y por supuesto aquí también la hicimos. Con algún familiar, amistades y con la impagable ayuda de mi vecina y amiga Carlota”.

Muchas personas que se han encontrado lejos de su lugar de origen o han pasado por momentos difíciles, han tenido la suerte de contar con esa persona que les ha ayudado en los peores momentos y han vivido otros momentos felices. Eso significó Carlota para Nasha. La persona con la que convivía puerta con puerta, confidente, se enseñaban mutuamente recetas de ambos lados del mundo y risas, muchas risas. Cada vez que Nasha y familia iban a Nigeria, ella llegaba cargada de telas coloridas de su tierra con las que vestir en fiestas y reuniones.

 

El futuro es una incógnita. Lo único que existe es el presente y de él debemos ser celosos guardianes. Nasha vive en la actualidad con su familia lejos de África y trabaja en una clínica dental y su marido continúa en la papelera. Su hija sueña con ser una pianista reconocida y el niño quiere labrarse un futuro como futbolista.

El último viaje de Nasha le ha llevado hasta aquí, pero tan solo el caprichoso destino es el que sabe si éste ha sido su último viaje o le esperan más en el camino.

  

 

Temas

Crónicas escondidas para lograr un mundo diferente.

Sobre el autor

Apasionado de la lectura y de la escritura. Autor del poemario 'Memorias olvidadas' y coautor de 'Inversos, todos somos poesía'. Además de colaborar en varias revistas culturales. Ahora en este blog, donde traeré historias rescatadas de este mundo donde poder aprender, reflexionar o mostrar a personas que tienen algo interesante que contar.