Abdel es albañil. Comenzó a trabajar cuando tenía tan sólo 12 años. El oficio lo aprendió de su padre, que a su vez lo aprendió del suyo. En su país le costaba encontrar faena y al vivir cerca de la frontera se animó a buscar trabajo en el país vecino. Tan sólo en 3 días encontró una obra donde le aseguraba trabajar durante más de 1 año. Le hicieron contrato, le arreglaron los papeles necesarios para pasar la frontera a diario y en menos de 48 horas se encontraba en su nuevo puesto de trabajo. 

Hasta ahí todo, o casi todo normal. Esto se empieza a complicar cuando eres palestino y trabajas en Israel. Y por si todo esto no sería suficiente, el día que el país judío decide atacar Palestina, Abdel se encuentra trabajando y al querer regresar a su casa, los permisos para pasar a tu casa quedan anulados y tienes que quedarte al otro lado de la verja, a kilómetros de tu casa. 

Abdel se tuvo que quedar en Israel, tuvo que buscar una pensión para poder pasar las noches y tuvo que ir a trabajar sin saber nada de su familia. Pasaban los días. Él está trabajando. El quinto día pudo hablar con su esposa. Se había tenido que desplazar al sur para salvar su vida y la vida de sus 5 hijas. A Abdel le pusieron en el tobillo una brida con un número identificativo donde el ejército israelí sabía que era un palestino que trabajaba en Israel. 

Después de varias semanas en esta situación, dejó el trabajo y se fue al sur, a la puerta de Rafat para reencontrarse con su familia. Atravesó todo el país con el único pensamiento de juntarse con sus seres queridos cuanto antes. Caminó, tomó varios autobuses e incluso algún tramo del trayecto lo hizo en burro. 

Al poco de llegar abrieron la puerta de Rafat para que las personas obligadas a desplazarse por los contínuos bombardeos israelíes pudieran salir de su país y estar a salvo. La esposa de Abdel salió en el primer grupo. Pero ella tan sólo salió con 2 de sus 5 hijas. 

Basado en hechos reales.