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El último fortín del fútbol

Niños y alegría. Dos palabras que van siempre unidas, como los carros al caballo. Los niños son felices porque juegan sin pensar en el futuro ni en las consecuencias. Para ellos no hay mañana, sólo el momento presente. No hay otro disfrute que el disfrute del ahora, del instante en el que se encuentran. Cuando crecen, los niños dejan de pensar en el momento y piensan en lo que ha de venir. Empiezan a hacerse peinados imposiblemente horteras para diferenciarse, a salir en anuncios, a comprar Ferraris. Y lo peor, no juegan por el instante, pelean por un objetivo, muy a menudo personal. Que puede ser igualmente lícito y honesto, pero está desnudo de alegría y yermo de ilusión.

Niños y alegría. Dos palabras que van siempre unidas, como los carros al caballo. Los niños son felices porque juegan sin pensar en el futuro ni en las consecuencias. Para ellos no hay mañana, sólo el momento presente. No hay otro disfrute que el disfrute del ahora, del instante en el que se encuentran. Cuando crecen, los niños dejan de pensar en el momento y piensan en lo que ha de venir. Empiezan a hacerse peinados imposiblemente horteras para diferenciarse, a salir en anuncios, a comprar Ferraris. Y lo peor, no juegan por el instante, pelean por un objetivo, muy a menudo personal. Que puede ser igualmente lícito y honesto, pero está desnudo de alegría y yermo de ilusión.

Todas esas sensaciones se esfuman cuando vemos a los chavales de la Sub-21. Han vuelto a ganar el Europeo, y eso es hermoso. Pero más allá de un nuevo título, de una nueva conquista, queda en las retinas una forma de mirar al fútbol que llevábamos tiempo sin ver. Excepción sea hecha del primer tiempo de sus hermanos mayores en el España-Uruguay de la Copa Confederaciones.

Algo tiene la selección española, algo diferente, que hace que cuando los jugadores se vistan la camiseta roja se produzca un cambio en su estado de ánimo. Ese grupo maravilloso, unido, de amigos, ese grupo que estuvo a punto de romperse porque alguien decidió pensar en sí mismo antes que en el fútbol y en el juego. Ese grupo que ha vuelto, que nos hace pensar de nuevo en niños y en alegría. Nos hemos permitido soñar con ellos muchísimos años, con una felicidad nunca antes alcanzada. Todos tenemos claro que este grupo tiene una frontera, un final, que es el mundial del año que viene. Pero no hay problema. Porque en el último fortín del fútbol quedan relevos para permitirnos no perder la alegría ni la ilusión.

Todas esas sensaciones se esfuman cuando vemos a los chavales de la Sub-21. Han vuelto a ganar el Europeo, y eso es hermoso. Pero más allá de un nuevo título, de una nueva conquista, queda en las retinas una forma de mirar al fútbol que llevábamos tiempo sin ver. Excepción sea hecha del primer tiempo de sus hermanos mayores en el España-Uruguay de la Copa Confederaciones.

Algo tiene la selección española, algo diferente, que hace que cuando los jugadores se vistan la camiseta roja se produzca un cambio en su estado de ánimo. Ese grupo maravilloso, unido, de amigos, ese grupo que estuvo a punto de romperse porque alguien decidió pensar en sí mismo antes que en el fútbol y en el juego. Ese grupo que ha vuelto, que nos hace pensar de nuevo en niños y en alegría. Nos hemos permitido soñar con ellos muchísimos años, con una felicidad nunca antes alcanzada.

Todos tenemos claro que este grupo tiene una frontera, un final, que es el mundial del año que viene. Pero no hay problema. Porque en el último fortín del fútbol quedan relevos para permitirnos no perder la alegría ni la ilusión.

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