La pasada entrada al blog fue para contarles la travesía en velero hacia la Antártida. Hoy empezaremos desde cuando llegamos a isla Decepción, primer
a parada tras pasar el temino Cabo de Hornos y el pasaje de Drake. Según nos acercábamos más a zonas de costa decenas de petreles nos comenzaron a acompañar en la navegación. Una delicia para la vista… Fondear en la bahía que forma Decepción Island, avistando tierra, fue una verdadera gozada. Todavía con sensación de mareo, pero con la alegría de haber llegado al primer punto antártico.
Bueno, ya tuvieron la primera entrega de lo que fue mi viaje fantástico, mi viaje dorado –bueno, más bien blanco por el color del continente helado-, a la Antártida. En definitiva, ya les introduje con mi anterior entrada, al viaje de mis sueños. Vamos pues con la segunda, pero todavía no última parte, porque sé que muchos de ustedes, así me lo han transmitido, lo están deseando.
El primer iceberg
Ya hicimos la travesía en velero, arribando a tierra por primera vez después de estar viendo agua y más agua, mar y más mar, a lo largo de interminables horas y días. Ya avistada tierra, como les contaba, la Snow island, comenzamos a ver también los primeros icebergs.
Llegamos a isla Decepción. Fondeamos en una preciosa bahía totalmente protegida de la crudeza del mar. Nos esperaba el primer desembarco a tierra después de la travesía. Por cierto, antes de hacerlo, indicaciones para el desembarco y todos los posteriores que haríamos en la Antártida. Regla número uno: Preservar el medio ambiente. Me pino de todo el mundo…
Al fondear tuvimos problemas con el ancla Después del pasaje del Drake con semejante oleaje se ha enredado toda la cadena del ancla y no hay forma de que baje. Hay que meterse en el foso de la cadena, pringarse y desenrollarla. Labor para la que muy amablemente, y por aquello de colaborar, se presta el amigo Fernando Blanchard, el menos indicado para hacerlo porque justo en los primeros días de la travesía con el oleaje se cayó y se hizo daño en alguna costilla, dolor que fue llevando a lo largo del viaje, pero que no fue obstáculo para trabajar como el que más. Finalmente fue el capi quien desenrolló la cadena. A partir de ahí, osea, desde el comienzo del viaje por la Antártida, había que meterse todos los días al foso para que la cadena enrollara bien y luego a la hora de fondear no hubiese problemas. Era una labor un tanto in grata. Nadie quería. La amiga Vero se metió en el foso más de una vez, lo mismo que Bene, y algún otro. Yo, qué les voy a decir, dadas las circunstancias de mal rollito con el capi y la ayudante, me decía para mí mismo, ¡que lo hagan ellos!, y a veces, cuando no tenían voluntarios, no les quedaba más remedio… Lo que me fastidiaba de la historia es que alguno de nosotros parecía como que tenía cargo de conciencia de que ‘los pobres’ tuvieran que hacer esa labor. ¡Coño!, si es su trabajo…, pues que lo hagan. Además, siempre lo he dicho, a mí personalmente no se me caen, aunque verdaderamente no llevo, los anillos por hacer cualquier trabajo en cualquier situación aunque esté de vacaciones. Pero ellos, el capi y su ayudante, de verdad, no se lo merecían…, así que pringuen ellos…
Visitando una antigua estación ballenera en isla Decepción
Donde fondeamos hay una foca plácidamente durmiendo que ni se inmuta de nuestra presencia. Si en Lenox aquél pingüino emperador fue nuestro primer pingüino, ésta era nuestra primera. Ya lo saben novedad total y decenas de fotos. Quizás no nos hacíamos a la idea de todo lo que nos vendría en los días venideros, de más focas, más pingüinos, más sorpresas fotogénicas y fotográficas todavía…
En todos los desembarcos la premisa más importante era , al salir de la isla, limpiarnos las botas, y al entrar al barco lo mismo. Antes de entrar a las instalaciones del barco, hay que sacarse toda la tierra de las botas, no para no marchar el barco, que también, pero se trata de no llevar en otro desembarco esa tierra a otro lugar. Lo hicimos para visitar una antigua estación ballenera noruega totalmente abandonada, por supuesto, en desuso. Un ambiente algo gélido y hasta tétrico. ¿Para qué están esos vestigios?. Sí, supongo que para decir al mundo que a finales del siglo XIX y principios del XX allí se cazaban ballenas y allí las desguazaban. Pero el impacto medio ambiental de aquello ¿no lo ha pensado nadie?. Si ya lo sería en su día cuando la construyeron para tal menester, pero en este caso no decimos nada porque no hay que ir contra el progreso, una vez destartalada y abandonada a su suerte, ¿porqué los noruegos no van y la quitan?, supongo que porque costaría un pastón… Conclusión, allí está la antigua ballenera como un vestigio de la historia.
Lo agradable del paseo por aquella playa donde se ubica la antigua ballenera, quitaba tapujos a estos pensamientos míos, más que particulares, íntimos diría yo… Y más agradable resultaba cuando de vez en cuando nos topábamos con alguna foca, que a veces se llegan a confundir con la tierra. Paseando íbamos viendo más focas, más aves, y más vestigios, algunos de ellos ya semienterrados. Nos fuimos los diez, porque el capi no quiso desembarcar, quizás para cuidar el barco, o porque ya está harto de hacer estas, siempre agradables excursiones…, paseando por la playa, primero hacia el extremo máximo permitido marcado por el último barracón. Luego regresamos por toda la orilla visitando lo que queda de antiguas barcas con las que iban a cazar las ballenas, que se mezclan con grandes huesos de éstas. Seguimos pateanco con intención de subir a la Ventana
del Chileno, así le llaman a una zona montañosa, en definitiva un collado formado por unas montañas desde donde se obtienen unas fabulosas vistas hacia fuera de la bahía. Estamos un buen rato observando el magnífico paisaje y vemos a bajar para coger la ‘dingui’, así llamamos a la zodiak que nos permite los desembarques, y regresar al Santa María Australis, nuestra linda casita… Esa fue la visita de la mañana, pero a la tarde teníamos otra.
Para que vean que no exagero con el tema del capi y su ayudante, les contaré lo siguiente. En el barco íbamos, como saben, entre otros, tres maños y yo. En isla Decepción está la base antártica española Gabriel de Castilla. Verdaderamente teníamos ganas e ilusión, no voy a negarlo, de visitarla. Para ello hay que pedir permiso. Lo hace la ayudante del capitán. Pide permiso, y cuándo nos lo confirman, fijénse ustedes, que nos damos cuenta que en el otro lado del hilo telefónico (es una expresión), al otro lado de la radio una mujer militar pregunta cuántos españoles viajan a bordo. Pues bien…, nos sorprende esta pregunta, porque cuando la ayudante del capi pide permiso para ir a la base, que a veces no lo conceden por diversas razones, no se le ocurre decir que viajan en el velero cuatro españoles deseosos de ver y conocer la base, que podría haber sido un buen argumento para visitarla y nos concedieran permiso sin trabas. Pues no, no se le ocurrió a la señorita decir esto…, ¿no les sorprende a ustedes también…? Por fortuna nos concedieron permiso y la visitamos.
En la base antártica española Gabriel de Castilla nos reciben con los brazos abiertos
Desembarcamos en la playa que está en la isla donde se ubica la base y nos sale a recibir uno de sus mandatarios que nos atendió de maravilla, dándonos una amplia explicación de su cometido, de lo que hacen allí, etc., que en definitiva consiste en dar apoyo logístico a los científicos civiles españoles que van allí a estudiar la Antártida y sus posibilidades cara al futuro. Un trabajo complicado si pensamos que allí estaban preparando una caja negra con diferentes componentes para enviarla a Marte para hacer estudios sobre aquél planeta. Justo cuando llegamos, sale una zodiak de ellos a bucear. Están tomando muestras de temperatura del agua, cojen algunos animales. Hay bichos que sólo se pueden defender desprendiendo líquidos. Analilzan estos líquidos que pueden ser buenos para propiedades curativas. Envían los líquidos a las grandes farmaceuticas que estudian si valen o no, algunos sirven para tratamientos contra el cáncer. Así de interesantes y complicadas son sus investigaciones.
Precisamente este año se cumplen 25 de la presencia española en la Antártida. Estan unos doce militares y unos 15 civiles científicos, biólogos, geólogos, etc.. Los militares están todos los años desde noviembre a marzo. Unas semanas después de estar nosotros cerrarían la base. Los científicos llevaban algunos unos quince días. Habían llegado en barcos de la Armada Española, uno de ellos, el Hespérides, los mismos barcos que después les llevarán a Chile para regresar a sus casas.
Visitamos diversas dependencias de la base y terminamos en el módulo de estar, donde conocimos a más gente, a cada cuál más amable. Nos invitan a unas cervezas y además nos permiten llamar a casa. Yo llevaba el libro que EL DIARIO VASCO editó de Gipuzkoa y el calendario de este año, así que se lo entregué al responsable militar de la base, detalle que agradeció. Nos invitaron posteriormente a café, o cervezas, mientras rellenábamos una encuesta voluntaria acerca de lo que sabíamos de la Antártida y qué opinábamos del turismo antártico, la naturaleza, etc. Hablo con el cocinero David, tiene una merluza con gambas alucinante… Me ofrece, pero no puedo… ¡lastima!. Nos vamos despidiendo de la gente. Sale el que nos ha venido a recibir a despedirnos y nos hacemos antes una foto. Viene también el otro responsable. La base española nos despide con una fuerte nevada. Hace frío. Nieva. En fin, esto es la Antártida.
Con estas líneas terminaba mi cuaderno de bitácora del viernes 17 de febrero de 2012: “La verdad que pisar estas tierras antárticas era uno de mis sueños. Lo estoy cumpliendo. A pesar de lo que he visto que me está ya gustando, se que me espera todavía unos grandes paisajes antárticos…”, ya se los iré contando.
Recuerden, nos hemos quedado en la doble visita a isla Decepción. Desde allí nos quedará adentrarnos hasta el grado 65 sur en la Antártida. Pero lo seguiré contando en otras entregas. Como les contaré también el viaje que ahora mismo estoy realizando en las montañas de Etiopía (porque les contaré un secreto: esto que están leyendo lo escribí en Manresa el sábado 31 de marzo; días antes de emprender el nuevo viaje, en esta ocasión regreso a África). Pero esta será otra historia. Que también en alguna entrada se la contaré.
De momento, que los vientos les sean favorables. Hasta dentro de quince días.