La tormenta de nieve que prometía ser la peor de la historia del estado de Nueva York con espesores de un metro, se quedó en apenas 30 centímetros de nieve. Lo cual sigue siendo bastante, pero no creo que como para echar al cerrojo a la ciudad más importante de Estados Unidos. Y es que a las 8 de la tarde el metro recortaba su frecuencia para las 11 de la noche terminar por completo su servicio por primera vez en sus 110 años de historia. El gobernador prohibió conducir a partir de las 23 h, incluso salir de casa si no era estrictamente necesario.
Ese día yo salí pronto de trabajar porque mi jefe se estaba poniendo nervioso, éramos los últimos en salir del edificio y a penas eran las 2 de la tarde. La tormenta se esperaba para media noche pero ya nevaba para entonces. Aproveché mi tarde libre para ir de compras y pasear por una quinta avenida limpia, vacía y blanca. La ciudad estaba casi desierta para la 4 y mientras yo procrastinaba mi vuelta a casa la gente se apresuraba a comprar víveres (como si fuéramos a estar incomunicados por días, fíjate tú!).
Yo sin embargo, pensé en comprar una botella de vino para cenar animadamente y cuál fue mi sorpresa, que todo Nueva York preparaba su particular y privada ciclogénesis explosiva que prometería severas resacas al día siguiente.