Recordamos a las personas que han pasado por nuestra vida gracias a sensaciones, lugares, conversaciones, encuentros, momentos especiales… Y muchas veces también las recordamos por su olor. Los aromas que forman parte en el transcurso de nuestra vida marcan nuestros recuerdos. El olor del café de aquella mañana de invierno que llegaba de la cocina mientras seguíamos tumbados entre sábanas y mantas, las flores que van despertando en primavera, el olor a azahar de las calles de Sevilla, el olor a castañas en invierno o los restos del salitre en nuestro cuerpo en una tarde de verano.
Hoy llego con una novela que trata de aromas, de olores, de perfumes. El perfume, de Patrick Süskind. En éste, el protagonista cuenta con una gran virtud: un olfato mucho más desarrollado que el de los demás humanos. Además, como curiosidad, Jean-Baptiste, que así es como se llama, carece de olor propio. Su olfato le lleva a convertirse en uno de los perfumistas más prestigiosos de la Francia de mediados del siglo XVIII. A partir de ahí empieza a obsesionarse con conseguir el perfume perfecto y para conseguirlo necesita una cosa: cuerpos de jóvenes vírgenes de los cuales aprovechar sus fluidos corporales y para ello debe asesinarlas.
Comienza entonces una lucha entre los pueblos franceses y el asesino de las jóvenes. Jean-Baptiste no se dará por vencido hasta dar con el perfume perfecto que procederá de la joven virgen más pura de Francia.
A partir del libro de Süskind se rodó la película El perfume que tanto éxito tuvo. Grabada en las calles del barrio gótico de Barcelona, de donde sacaron la propia perfumería donde el protagonista conseguía los aromas que tanto gustaban, es una película que merece la pena ver tanto si uno ha leído la novela como si no.
Esta es una de esas novelas que uno se lee en una tarde. Una buena y ligera lectura en la que uno puede imaginarse los aromas de los que habla nuestro perfumista. Un placer para el olfato y un placer para los lectores.