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Javier F. Barrera

Donostistorias

Un negroni con Ramón Gabarain

Nicolás y yo sorbíamos nuestros batidos de chocolate sentados en los taburetes de la barra de la cafetería California de la Avenida. Era 1978 y todavía no sabíamos ni acodarnos en la barra de un bar. Tampoco, al menos yo, habíamos probado el alcohol en nuestra todavía corta vida. Estábamos en 8º de EGB y teníamos 13 años. Pronto llegarían los 15 años y 1980, con los Ramones y Doctor Feelgood, pero esa es otra historia.

Era un sábado por la mañana y quiero recordar que Nicolás y yo tratábamos de pergeñar un robot con una lámina de hojalata que había conseguido trapicheando por el barrio de Amara con tebeos y cosas así. Habíamos llegado a un punto muerto en el diseño. Nicolás se empeñaba en que el robot hablara. Yo quería empezar a cortar la hojalata para al menos dar forma al androide de mis sueños.

Tanto Nicolás como yo estábamos completamente anonadados con La Guerra de las Galaxias, que acababa de estrenarse en Navidades en el Astoria. Yo la vi al menos seis veces y quiero recordar que Nicolás la vio en esas fiestas once. ¡Y eso que yo creía que me había pasado! De ahí nuestro inusitado interés por construir un androide.

Tras nuestro enésimo desacuerdo que no fracaso, fuimos andando aquel frío sábado por la mañana desde casa de mis padres en Amara hasta la avenida, donde el padre de Nicolás, Ramón, le había citado para así recogerlo y llevarlo a casa, ya que vivían en una villa maravillosa en el Alto de Miracruz, ahora celebérrimo porque en la misma zona se encuentra el restaurante Arzak.

Así que ahí estábamos Nicolás y yo, asomándonos al balcón de la vida sentados en los elegantes taburetes de la cafetería California sorbiendo nuestros merengados batidos de chocolate cuando entró el padre de Nicolás, Ramón Gabarain.

Entre otras muchas cosas, Ramón Gabarain era el hijo de Ventura Gabarain, el íntimo amigo de mi abuelo Juan Larzabal, el padre de mi madre. Ambos, Ventura Gabarain y Juan Larzabal, tomaron juntos el aperitivo durante medio siglo en la cafetería Oquendo de la misma calle junto al teatro Victoria Eugenia.

Cuenta la leyenda que Juan Larzabal se enfadó sobremanera al conocer que Ventura falleció. Resulta que ese día le tocaba pagar el aperitivo a mi abuelo. Y eso quería decir que siempre le debería a Ventura Gabarain una media combinación de Gin y Martini.

Visto ahora con el paso de los años, no me imagino mejor homenaje de cariño y respeto a un buen amigo que recordar cada aperitivo sin él y brindar por su viaje.

De vuelta a los taburetes de la cafetería California de la Avenida (más pijos y no nacemos), recuerdo que Ramón entró con paso ágil y ciertamente veloz. Más joven de lo que ahora somos nosotros, llevaba un jersey estilo pulligan de cuello pico muy mod con una corbata anudada con doble Wilson de color amarillo.

Me sorprendió aquel festival de colores. Pero solo había comenzado.

Extremadamente educado, culto y elegante, con un gesto de la mano llamó la atención del camarero (en esta cafetería iban con chaqueta blanca y pajarita negra, no te digo más) y le pidió con voz resuelta “un Negroni”.

¡Toma ya! Pensé. Un NE-GRO-NI. Yo que era y soy un tipo curioso y que ahora me gano la vida detectando dónde se cuece una noticia, me di cuenta a la primera que ahí estaba pasando algo. No se pedía ni una cerveza, ni un vino, ni un refresco. Estaba ordenando un cóctel. Y además sonaba a italiano por todos lados.

 

No pude contenerme y le pregunté

-¿Qué has pedido?
-Un Negroni. Y recuerdo ahora mismo perfectamente cómo juntó su dedo pulgar con el índice para dejarlos a una distancia perfecta que indicaba las partes de las que se compone esta bebida: una media combinación con Campari.

Entonces terció el camarero, satisfecho y profesional, mostrando las botellas, y confirmó:

-Una media combinación es Gin con Martini, y se le añade Campari.

Nos ofreció probar discretamente el resultado.
Mojamos los labios y un implacable amargor, combinado con el profundo aroma de la ginebra y con algo evolucionado respecto a lo que yo pensaba que era un caramelo, se coló para siempre por mis sentidos.

Ramón Gabarain, satisfecho, recuperó el vaso, brindó y apuró un trago.

Exactamente lo que estoy haciendo yo ahora mismo por él, ahora que ha emprendido su viaje para brindar con Ventura, su padre, y Juan Larzabal, mi abuelo. Ellos con su media combinación y él con su negroni.

Un tipo con clase este Ramón Gabarain

Un abrazo, Nicolás y familia
Un beso Leonor
Un beso, Leticia y Juanito Moreau Gabarain

 

 

 

Regreso a la ortodoxia punk

Sobre el autor

Nacimos en Donosti con el Baby Boom de los sesenta y nos encontramos en mitad de todo: de nuestra vida, de nuestros sueños y de nuestros fracasos. Es hora de recuperar la ilusión perdida y nada mejor que un regreso a la ortodoxia Punk para criticar todo con una sonrisa.


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