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Javier F. Barrera

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Obituario: Nicolas Gabarain Botín, un Negroni con los Stones

Suena feo el teléfono a primera hora de la mañana y eso que al otro lado es la Ama. “Ha muerto Nicolás Gabarain“. Instantáneamente se produce una conmoción en la Fuerza, como la que sintió en el Halcón Milenario Obi Wan Kenobi cuando el Imperio destruyó de un solo disparo de la Estrella de la Muerte el planeta Alderaan. La noticia me acaba de oscurecer largos años de infancia en blanco y negro, de Marianistas y de Villa Saga, allá en el Alto de Miracruz.
Recuerdos imborrables de discusiones que nunca terminaban. Nicolás, el único tipo que en las Navidades de 7º de EGB vio en el Astoria La Guerra de las Galaxias más veces que yo: 6. Tenía los libros de texto llenos de dibujitos con boli BIC de Darth Vader y de cazas X Wing, y de Estrellas de la Muerte. Íbamos creciendo y decidimos construir un robot. Articulado. Nicolás dibujaba los diseños y yo pillaba los materiales. En este caso, una gran chapa de hojalata y unas tijeras y pegamento. No queráis saber en qué acabo aquello. Nicolás estaba empeñado en que el robot se moviera e incluso ideó un sistema teórico para que hablara gracias a un magnetófono.
De la fiebre Star Wars saltamos a Superman. Su padre nos invitó al Victoria Eugenia, pero la película decepcionó. Simplemente, nos íbamos haciendo mayores. Ya no recordábamos la apuesta que nos hicimos sobre la película Grease (que yo gané) y empezábamos a elevar la vista sobre todo lo que nos venía encima.
En COU la liamos para sacar dinero par el viaje de fin de curso. Nos fuimos con su Vespa a Bataplán a hablar con Tristán y logramos llegar a un acuerdo para celebrar la fiesta de Navidad. También empapelamos Sanse con carteles con la fiesta. Una vez más, en su Vespa y lloviendo.
Recuerdo en Villa Saga su colección completa de discos de KISS. Nos fuimos a Ibiza. Recuerdo también a la perfección su primer desayuno en el apartamento. Como el señor que es, revolviendo el café en la leche en la terraza en su batín. Sin saber que el café primero hay que ponerlo en la cafetera. Qué risas.
Pasó el tiempo y la Universidad nos separó. No volvimos a encontrarnos, como me ha pasado con tantos amigos de la infancia, hasta pasados muchísimos años. Yo estaba en la biblioteca de Zuzen, la Facultad de Derecho de la UPV, estudiando para algún examen cuando apareció entre las mesas un tipo vestido con uniforme de oficial del Ejército de Tierra. Todo el mundo se quedó flipando. Llevaba puesta la gorra y los entorchados. “Nicolás”, le dije. Se paró, me saludó marcialmente y nos pusimos a charlar. Habían pasado no menos de seis años, pero el tiempo no corre entre los amigos de la infancia.
Fast Forward hasta Nochebuena de 2019. La Espiga. Nos volvemos a encontrar. El tema de conversación está claro. Tenemos que quedar para invitarnos a unos Negronis. La bebida que tomaba su padre y que conté en su obituario cuando falleció; y la invitación, porque su abuelo Ventura Gabarain y el mío, Juan Larzabal, tomaron juntos el aperitivo en el bar Oquendo durante décadas invitándose de forma alterna.

No ha sido posible. La pandemia primero y la noticia que hoy me lleva a escribir estas desangeladas líneas lo han impedido. Pero yo me pienso tomar esta tarde, recordando la vida vivida, un Negroni para brindar por Nicolás Gabarain, como si el tiempo no pasara. Como si no recordara perfectamente que entre su colección de discos de KISS tenía el Let It Bleed de los Rolling Stones. Negronis y los Stones, una gran fórmula de amistad para recordarte siempre, Querido Nicolás.

PD: En la foto, abajo a la derecha, el Menda, Iñigo Delgado, Andrés Eceiza y Nicolás Gabarain en el patio de arriba de Marianistas en la foto oficial de COU en 1983. Recuerdo otra anécdota. Yo llevo puesta una preciosa camisa de mi Aita, que me dio por pillarle ese día, sin saber que tocaba foto oficial. Debo decir que nunca, incluso hoy día, suelo llevar camisa. Nicolás se puso, quizá por primera vez en todo el curso, una camiseta. Se revolvió al saber, maldita casualidad, que iba a quedar inmortalizado en camiseta. Nos partíamos la caja de risa mientras se sulfuraba…

Regreso a la ortodoxia punk

Sobre el autor

Nacimos en Donosti con el Baby Boom de los sesenta y nos encontramos en mitad de todo: de nuestra vida, de nuestros sueños y de nuestros fracasos. Es hora de recuperar la ilusión perdida y nada mejor que un regreso a la ortodoxia Punk para criticar todo con una sonrisa.


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