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Javier F. Barrera

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Fermín Gastaminza, Marianistas y la educación en libertad

“A los patios”
Una vez que atravesabas esa puerta con ese letrero, una flecha negra con letras blancas, la vida te cambiaba para siempre.

El primer día en Marianistas, recién madrugada la década de los setenta, te marcaba ya para toda la vida. Entrábamos desde Villa Belén a cursar segundo de EGB. En el viejo caserón estaban las monjitas, los unicornios, las pinpilinpauxas, los limacos de la fuente de arriba, las escaleras empinadas, la Virgen de la Cueva, la ola y, siempre, la Bahía de la Concha, que se veía desde la amplia terraza superior. Marianistas era otra historia. Marianistas era para mayores.

Marianistas eran unos pasillos largos por los que íbamos siempre en fila. Marianistas era oscuro con un punto tétrico que la algarabía de nuestra edad destrozaba. En Marianistas te pegaban. Y te daban bien duro. Yo he visto soltar hostias como panes, dar regletazos en las manos abiertas, coscorrones en la cabeza y realmente infundir terror. Era lo normal.

Años y años después, lo comentamos en las cenas de aniversario y nos descojonamos de la risa. Es el ‘Club Te Acuerdas Cuando…’ Y a continuación pones el nombre del protagonista. No diré ninguno porque si sabes de lo que hablo ya te han salido unos cuantos.

LOS SUPERHÉROES MARIANISTAS

La figura central de este colegio tan nuevo, sorprendente y luego con el tiempo maravilloso, era el padre marianista. Eran como superhéroes en su galaxia Aldapetiana. Puede fallarme la memoria, y si falla es que ha fallado. Pero recuerdo un comedor sin luz con manteles de plástico verde en el que se servía de primer plato sopa. Siempre. Era el reino de don Segundo. Un tipo gris con traje gris y el pelo gris. No se movía una cuchara sin su consentimiento. Su superpoder eran los coscorrones.

Luego estaba don Millán. Pequeño y fuerte, fue el encargado de liarse a balonazos contra los cristales que daban a los patios tras la megaobra que terminó con el barranco. Fue un espectáculo. No logró romper ni uno solo. Del Txomin ya hablé en su momento. Uno de mis favoritos era el Hipogafas. Su reino era el Submarino, aquella aula maravillosa donde nos dedicábamos a dar martillazos y tratar de construir cualquier cosa bajo su atenta supervisión.

Los motes a los profesores y padres marianistas podían lllegar a ser crueles. Pero también los había magníficos. ‘El Ausencio’ creo que es más imaginativo y acertado de todos ellos. Se trataba de un padre marianista ya retirado de la docencia, muy mayor, que pasaba todas las mañanas por todas y cada una de las aulas a primera hora para recoger el parte de ausencias. Nada más que añadir.

Entre todos los padres marianistas, destacaba el más bajito de todos ellos. Don Fermín Gastaminza. No escribiré su apodo porque siempre me pareció menos que cruel, injusto. Y en esta hora, no seré yo quien ayude a que se le recuerde de tal forma. Todo lo contrario.

LA CAPACIDAD DE ESCUCHAR

Don Fermín, como digo, era bajito. Más parecido a un dibujo animado que a un superhéroe, lo recuerdo vestido de gris con pantalones con grandes bolsillos con los que paseaba con las manos enfundadas, polo y jersey de pico, gafas de concha, un flequillo y una gran sonrisa.

Por aquél entonces, cuando más lo traté, creo que era el coordinador de EGB, y tenía su despacho en el primer piso. Era una puerta acristalada de madera, que la traspasabas y había un pasillo con anaqueles donde había de todo. Desde los objetos perdidos a balones de fútbol. Luego había otra puerta y estaba su despacho. Pero lo más atractivo era que había un teléfono negro colgado en la pared, desde el que podías hacer llamadas marcando primero el 9. Poco importaba, no había a quién llamar en aquella época.

El superpoder de don Fermín Gastaminza era su capacidad para escuchar (y el de utilizar el ascensor). Leo en Facebook, por ejemplo, “Me acaban de comunicar que ha muerto Fermín Gastaminza. Gran persona! no había niño que no quisiera confesarse con él…D.E.P”. Esto es. Sabía escuchar. Y, también, nos daba como menos vergüenza confesarle a él nuestros pecados, sabedores que eran veniales y no mortales; y sabedores asimismo de que su penitencia impuesta sería más suave, más misericordiosa.

También sabía enseñar. Nos creíamos que las materias difíciles eran Filosofía, o Matemáticas o qué se yo, Química o Física, quizás los idiomas, Inglés o Francés. Pero ahora, pasados tantos años, me he dado cuenta que la asignatura más complicada era la de la vida. Esa formación que nos dieron los Marianistas y de la que hoy estamos tan orgullosos. Algún hortera le llama hoy “Educación en Valores”.

Esta asignatura tomó forma bajo el nombre de “Ética” cuando nos hicimos mayores en BUP. En EGB se llamaba Religión, y estudiábamos  el Catecismo.

-¿Eres cristiano?
Sí, soy cristiano por la gracia de Dios.

-¿Qué quiere decir cristiano?
-Cristiano quiere decir discípulo de Cristo

-¿Cómo nos hacemos cristianos?
-Nos hacemos cristianos por el santo bautismo

-¿Quién es buen cristiano?
-Es buen cristiano el que cree en la doctrina de Cristo y la practica

La Ética era otra cuestión. Eran los años ochenta y vivíamos a la vez la Transición política, el proceso de secularización -ya sabes, el alejamiento de una doctrina religiosa que atraviesa una sociedad-, la Real iba a ganar un par de Ligas y en un colegio absolutamente masculino -ahora se dice segregado por sexos-, de repente un día, lo único que nos iba a importar eran las tías. Bueno, las tías y la música y la Real.

Es donde más y mejor recuerdo a don Fermín Gastaminza. En sus enseñanzas de la asignatura de Ética. Nos hablaba de educación sexual y de drogas en un colegio en que “solo tenías que bajar unas escaleras para poder comprar el mejor chocolate” de Euskadi en los soportales del Trantor, luego el Bowie. La frase es suya. Porque estaba pegado a la realidad y quería conocernos para ayudarnos.

Es en este punto donde recuerdo su lección magistral. Se trataba de un debate entonces eterno y ahora entiendo que en desuso pero más necesario que nunca sobre el propósito de la educación. De la mismísima educación. El dilema se basaba en la siguiente dicotomía: ¿Hay que educar en libertad o para la libertad? Sus lecciones me enseñaron que hay que educar en libertad y que él quería educarnos en libertad. Era y es la mejor forma de ser uno mismo. No se puede enseñar para la libertad sin tenerla. Ha sido uno de mis argumentos fundamentales toda mi vida.

Educar en libertad, entonces, implica desarrollo y confianza, compromiso y sacrificio. También está el conocimiento y disfrute de ella y su reconocimiento. Y saber asimismo que hay que protegerla y luchar en su caso por ella. A mí me explotaba la cabeza y me maravillaba al mismo tiempo. Don Fermín, un revolucionario.

DESPEDIDA Y GRACIAS

Dejamos de ir a misa. Una gran mayoría salimos del colegio secularizados, lo que puede interpretarse como un fracaso. No lo veo como tal. Ama habló con don Fermín para preguntarle. Para ver si le podía explicar qué hacer para que fuéramos a misa.  Su respuesta es para tatuársela: “Menos ir a misa y más vida cristiana”.

PD. He recogido unos cuantos recuerdos de Don Fermín de familiares y personas cercanas que creo que dan perfecta cuenta de la enorme labor de Don Fermín.

-Mi Padrino, Pitt Larzabal: “RIP querido Fermín. Gran persona y gran religioso”.

-Mi primo Antxon: “Qué pena!! Nos casó a nosotros (Edurne), y fue mi tutor y de gran apoyo el año que murió Juan (nuestro queridísmo Juan Larzabal)

-Mi hermano Kike: “Le encantaba darse un baño en la playa . Efectivamente, creo que todos le teníamos aprecio”.

-Mi amiga Elisa: “Pequeño gran hombre, me alborotaba los exámenes de sábado en las salitas de recibidor con ese vozarrón”.

-Mi amigo Joaquín, cuando le pidó que les casara (con Susana): “Salimos cuando ya anochecía. Antes de abandonar el cole, le pregunté, que días tendríamos que venir para realizar el cursillo prematrimonial. Se hizo un silencio, me miro con esos ojillos pequeños, agrandados por esas enormes gafas que portaba y esbozando una sonrisa pícara y franca, nos agarró por los brazos y nos dijo: ‘¿El cursillo prematrimonial? Por lo que he visto y oído, ya lo hemos hecho este rato’. Así era Fermín, directo, sencillo, bueno y franco.

-Mi amigo Álvaro aporta un dato que se me había olvidado pero que ahora recuerdo: jugaba a fútbol pero que muy bien. Era un jugón

-La clava mi hermana Blanca: “Desde la residencia de Madrid, estos últimos años, creía estar en Aldapeta y ver el mar…”.

PS. No he contado nada del Pujana a caso hecho. Eso merece artículo aparte. Y ahora, puedes copiar este artículo diez millones de veces 😉

 

 

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Regreso a la ortodoxia punk

Sobre el autor

Nacimos en Donosti con el Baby Boom de los sesenta y nos encontramos en mitad de todo: de nuestra vida, de nuestros sueños y de nuestros fracasos. Es hora de recuperar la ilusión perdida y nada mejor que un regreso a la ortodoxia Punk para criticar todo con una sonrisa.


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