Los donostiarras sabemos reconocer perfectamente el lugar. Es el espigón del Náutico. De ahí hemos saltado miles de veces (con marea alta), cualquier tarde del verano de nuestra infancia, de nuestra adolescencia. De nuestra vida.
A mí me encantaba, por ejemplo, bañarme en el Puerto. Me parecía magia. El agua sabía un poco a gasóleo, pero te estabas bañando en el Puerto. En la dársena recreativa (ahora lo son todas, ya no hay pesqueros), le echábamos valor a ver quién saltaba del escalón más alto de esas escaleras llenas de musgo que resbalaban con solo mirarlas. Alguna vez, llegamos a saltar desde arriba. Incluso, con txiribuelta incluida.
Rematábamos las aventuras en el Puerto en el espigón del Náutico, ya en la Concha, al tardecer. Viendo cómo volvían los botes, barcos y canoas al refugio del muelle. Seguíamos saltando y de txapuzón en txapuzón nos hicimos mayores. Algunos, muy mayores, nos dejamos un jirón de nosotros mismos en este sitio, cuando partimos a buscarnos la vida a las tierras orientales o a Big Sur, en mi caso.
Cuando volvía, siempre me ponía la de Otis Redding, (Sittin’ On) The Dock Of The Bay y la cantaba, recordando estas aventuras y devolviendo al mar las aventuras vividas en tan extraños y lejanos lugares.
I’m sittin’ on the dock of the bay
Watching the tide roll away Ooh, I’m just sittin’ on the dock of the bay Wastin’ timeEscribió T. S. Eliot en The Waste Land una de mis favoritas frases, con permiso de James Joyce: “I read, much of the night, and go south in the winter”. Está escrita, claramente, para mí. Así que he leído la mayor parte de las noches, como ésta en la que escribo, y he vuelto a Big Sur en invierno. Vuelvo y volveré, quiero decir.
Entre idas y venidas, Andrés se fue haciendo mayor y le fui enseñando, cuando subíamos a Sanse, estas historias que os cuento. Así que sentados en el espigón del Náutico, un mediodía de invierno, con los abrigos calzados, sentados al borde de la bahía, como en la canción, él me escuchaba y yo le contaba, en el mismo escenario en el que nos zambullimos tantas veces. Mi hermano Enrique nos regaló esta foto de vida.
Así que cuando el otro día, perdiendo el tiempo en Facebook, vi la magnífica ilustración que de este mismo espigón del Náutico ha realizado Óscar Casla -“No ha probado el café”. “No asiste a bodas”-, para Cállate la Boca, no pude más que decir: “Mía”.
Ahí quedó la cosa, hasta que esta tarde de sábado, he acompañado a Esther Casla, la hermana de Óscar, a su coche, que se había olvidado no-sé-qué. Cuando he abierto la puerta del automóvil, me he encontrado la lámina, enmarcada, preciosa, que me estaba mirando. Me he emocionado.
Ahora, en unos días, de vuelta en Big Sur, colgaré esta lámina preciosa del Náutico junto a la foto con Andrés. Quería compartiros esta Donostistoria con Cállate la Boca, sencilla, tierna y bonita. Una historia de cariño, respeto y amistad con un toque de color y mucho arte.
PD: Ouroboros, aprendí con Marta mucho más en el Náutico. Por ejemplo, ver la vida y el mundo de otra manera, como en esta maravillosa foto.
Pero esta es otra Donostistoria.