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Javier F. Barrera

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Esa danza con la sal y la espuma

CUANDO SALTAR LAS OLAS ES EL MEJOR JUEGO PARA UN TXIKI DONOSTIARRA. LOS TEMPORALES EN DONOSTI SEGÚN EL NO DO DE 1951, 1953, 1964 y 1965

Es el ruido.

Es como la imagen superior. Olas que chocan contra el puente del Kursaal… en 1965. El año en que nací.

Cuando eres donostiarra, cuando eres gipuzkoano y te has criado en Zarautz, en Gros, junto a la Costa, sabes que es el ruido lo que te sobrecoge cuando hay un temporal con olas gigantescas.

Yo lo tengo metido dentro del cuerpo desde pequeño. Cuando íbamos al Paseo Nuevo y ahí, en el morro de piedra que va desde la Barra hasta el frente de olas con el Cantábrico por frontera, aprendí a sobreponerme a ese ruido generado por la fuerza de la naturaleza completamente desatada, indomable.

Sabes perfectamente a qué ruido me refiero. El de la marea, el de la montaña de agua que crece y se encrespa, se eleva sobre el nivel del piso del Paseo Nuevo y avanza para romperse unos metros antes por el choque con la contraola que vuelve rebotada y, entonces, surge un pico inmenso que baja a toda velocidad y se estrella contra la base del muro del Paseo Nuevo. En ese instante nace el rugido. ESE rugido. Brrrroooogggggggghhhhhhhhhhhh.

Y la ola sube por la parde vertical y si tienes la suficiente mezcla de valor y locura aguantas en la barandilla viéndola subir. ¿Cuál de todos los de la cuadrilla aguantará hasta el último segundo antes de salir corriendo? Saltar las olas. El mejor juego que un crío puede disfrutar en Donosti.

Pero no estas olas, las de estos últimos días. Estas son para verlas desde Urgull, con toda la seguridad del mundo.

 

Las olas forman parte de mi educación sentimental. De mi vida.

La anécdota es la siguiente. Mi chica que es de Jaén y estudió en Sevilla se reía de mí porque decía que San Sebastián era la ciudad de Pin y Pón. Que era una megapijería, que era demasiado bonita, que era…

Es cierto que también encontraba caldo de cultivo entre muchos donostiarras quemados de vivir en esta discreta y pequeña ciudad tardoburguesa, que le daban la razón.

Yo callaba.

No es que Donostia no sea así, que seguramente lo será. O no. Me da igual. Es que Donostia es también algo más. Y ese algo más es el que a mí me hace donostiarra. Puede resumirse, sin empezar a hablar de la Real, de los Pintxos y blablablá con una sola palabra: Olas. Las olas de Donosti. Las olas con las que jugamos, con las que hemos crecido. El espectáculo de las olas, de saltar las olas en el Paseo Nuevo, agarrados a la barandilla mientras rompe, de cogerlas en la Concha por arriba o pasarlas por debajo. Y ahora en Gros, surfeando con Andrés, mi hijo, y sus nueve años y los primos.

La anécdota, entonces, ocurrió en invierno, en el temporal de diciembre, como ahora. Estábamos en Donosti y mi chica dale que te pego con el Pin y Pón, el Ñoñostiarrismo y todo eso.

Yo callaba.

La llevé al Paseo Nuevo al mediodía. Estaba vacío. Era la hora de comer. Las olas empezaron a saltar, esa danza de sal y espuma que tanto nos gusta. Y el ruido de la ola cuando cae sobre el pavimento del Paseo Nuevo como un tableteo de ametralladora. Pero sobre todo, el ruido bronco que hace la ola al chocar contra el muro del paseo.

Mi chica se quedó paralizada. No solo embobada por la belleza del espectáculo que brindaba el Cantábrico al explotar contra el muro con toda su potencia. También tuvo miedo.

Nunca más ha pronunciado dos expresiones: ‘Pin y Pón’ y ‘Ñoñostiarra’. Sabe que una gente que vive con ese mar, esos temporales, esas olas, es algo más.

—–

Cuando las olas eran en blanco y negro

He navegado por Internet y he encontrado vía Twitter unos magníficos documentales del No Do sobre temporalaes en Donosti de los años 1951, 1953, 1964 y 1965. Son una gozada. ¡A disfrutar!

Y, ahora que lo pienso, los temporales son de lo más Punk

1951

 

1953

 

1964

 

1965

 

Regreso a la ortodoxia punk

Sobre el autor

Nacimos en Donosti con el Baby Boom de los sesenta y nos encontramos en mitad de todo: de nuestra vida, de nuestros sueños y de nuestros fracasos. Es hora de recuperar la ilusión perdida y nada mejor que un regreso a la ortodoxia Punk para criticar todo con una sonrisa.


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