El que se sorprende es porque vive en los mundos de Yupi. La que tenía montada Armstrong con su equipo era una evasión de pruebas de alta ingeniería, pero siempre hay algún resquicio y tirando del hilo se llega a la sala de máquinas del entramado. Reconozco, sin embargo, que la cosa va más allá que a lo que a mí me llamaba la atención a simple vista en el Tour. Pero que tampoco conviertan ahora al ciclista en el toro que mató a Manolete.
Suele pasar que cuando se destapa el primer vertedero salen otros que estaban tapados con esparadrapo y al quitar la venda, salta todo por los aires y los que no se atrevían a piar empiezan a cantar las cuarenta. Ahora resulta que también compraba carreras, y dentro de poco será el que hundió el Titanic. Pero sin ir tan lejos, insisto en lo que la simple intuición me tenía afectado. Disfruté como todos con las demostraciones del ciclista ganador de siete Tours, incluso después mantenía hacia él un aprecio a distancia, porque reconocí su valor y las grandes gestas que permitió que narráramos y escribiéramos. Todo era el jardín de Alicia. Un héroe, vaya. Reconocer su valor de recuperar un cáncer de testículo no quita que se le pueda permitir abusar una vez curado.
Como antes fue el gran mérito de algunos otros que nos han dejado ahora con el culo al aire al escribir con todo descaro en sus biografías que nos engañaban, que hacían trampas. Y nosotros pegando gritos de ensalzamiento sin parar. Estoy bastante de acuerdo con quienes afirman que destapando estos episodios no se ayuda a arreglar el ciclismo, pero tampoco puede correrse un velo a semejantes delitos que si se demuestran que han ocurrido deberán de pagarlos de alguna forma los culpables. Más que nada por el respeto que se merecen sus competidores que no los cometieron y que tuvieron que tragar con los tramposos.