Muchos nos preguntábamos a qué venía el boato y la parafernalia con que la Real hizo el cambio desde la hulmidad de Arrasate al bienvenido mister Marshall de David Moyes. Aquella rueda de prensa cargada de espectacularidad como hasta ahora no se había vivido en la Real. Algo estaba en proceso de cambio, buscaban un golpe de efecto que cambiara cosas, pero ¿qué es lo que querían cambiar? Al final el portero Claudio Bravo desde su actual Barça nos ha sacado de dudas. El chileno habla maravillas de su estancia en la Real y en Donostia, también elogia el trato recibido por parte de todos, pero pone el dedo sobre la llaga cuando afirma que se había aburrido, que notaba al equipo conformista, o sea, que salíamos al campo a jugar por inercia y eso en el fútbol de hoy en día supone que te comen las tripas todos los rivales, como así pasó en el tramo final de su estancia en la puerta txuri-urdiñ.
Eso lo vio Bravo, que ahora lo comenta en voz alta, pero también lo debieron ver los dirigentes de la Real que entendieron, ahora casa todo, que había que traer a a alguien que no conociera los entresijos de Zubieta y que con su experiencia, porque al escocés eso no le falta, distinguiera lo que vale y lo que no en la actual estructura deportiva de la Real. En una palabra, que hay que despertar al equipo que vivía aletargado y a los que trabajan alrededor que también tienen que espabilar.
Y por eso se fueron a por Moyes, lo prefirieron antes que a algún otro que también estaba en cartel pero que quizás iba a conocer más el funcionamiento actual y su relación más estrecha con los que están condicionaría la visión limpia que evitara que cambien las cosas que parecen necesarias cambiar para que el club recupere la chispa que se apagó. Así que la percepción que tuvo Bravo puede ser la que ha llevado a lo que estamos. Ahora hace falta que salga bien.