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Alberto Moyano

El jukebox

El mundo según Cuatro

Alberto Moyano

Durante la invasión de Irak, se hizo popular en todo el mundo el
ministro de Información de Sadam Hussein, aquél que con los ‘marines’ a
las puertas de Bagdad, aparecía sonriente ante las cámaras para
anunciar que las tropas americanas estaban recibiendo su merecido allá
por Basora.
Los comentaristas que retransmitieron ayer en Cuatro el España-Francia
del Mundial convirtieron al ministro iraquí en un artista del
hiperrealismo. Al menos, la pantomima audiovisual de Cuatro sirve para
resaltar una vez más el papel de la prensa escrita –a día de hoy, el
último reducto de la vergüenza torera– frente a otros medios, como la
televisión y la radio que, simplemente, te mienten a la cara.
Los dos comentaristas de Cuatro, a cuya francachela se sumó alegremente
Maradona, lenvataron desde el minuto uno del partido un mundo paralelo
en el que la selección española propinaba una soberbia lección de
fútbol a los jugadores franceses. El hecho de que el guardamenta de
Francia ejerciera de espectador durante todo el partido fue, al
parecer, una anécdota sin importancia. Que si España le ha robado el
balón a Francia, que si los franceses empiezan a estar desbordados, que
si los españoles están imponiendo su juego… Todo esto mientras el
Barthez se hacía la manicura bajo su travesaño y Casillas empezaba a
pasarlas putas.
 Hasta un minuto antes de que Francia se adelantara en el
marcador, los locutores sostenían que el gol español era inminente y
cuando los rojillos ya perdían 3-1, soltaron aquello de «no queremos
engañarles, pero sería un milagro que España metiera dos goles en los
treinta segundos que quedan».
Al final, lo de siempre: «No importa, un equipo muy joven, que ha
ilusionado…». Comentarios que a uno le remitían al Argentina 78,
cuando Cardeñosa falló estrepitosamente y todo eso. Los comentaristas
que rodeaban a Angels Barceló en una especie de mesa redonda estuvieron
a al altura de las circunstancias y remataron la faena: «odio a Barthez
y odio su calva», decía uno, mientras otro le animaba: «Eso, eso, cae
en el insulto, cae en el insulto».


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