Alberto Moyano

Llega el Mundial de Alemania a su recta final y el balance futbolístico
ha sido lo único previsible: paupérrimo. No se puede decir que el
Campeonato deje muchos, no ya partidos, sino incluso momentos para el
recuerdo. La mayoría de los partidos se resumen en correr, sudar y 1-0
ó 0-0 más penalties.
En todo caso, se comprueba una vez más que todo el mundo habla y habla
de fútbol sin parar, pero nadie sabe nada. ¿Una final Italia-Francia?
Por favor. Y menos que nadie el ganso de Le Pen, ventajista de pro que,
intuyendo al principio del campeonato que la selección de sus amores no
tenía muchas posibilidades, se columpió con aquello de que «los
franceses no se identifican con su selección porque juegan demasiados
negros». Ahora, los franceses de Le Pen se han vuelto daltónicos y
salen a los Campos Elíseos poseídos por el Arco del Triunfo o incluso
por el triunfo a secas.
Los únicos que sí sabían que Italia llegaría a la final eran los
creyentes de La Cábala. Dicen que los azzurri llegan a la final cada
doce años y la ganan cada veinticuatro. Perdieron la de 1970 frente a
Brasil, ganaron la de 1982 contra Alemania, perdieron la de 1994 contra
Brasil y jugarán la de 2006 contra Francia. Obviamente, les toca ganar.
Y eso que según la fiscalía italiana, sus futbolistas llevaban unos
cuantos años sin jugar un partido limpio. Y eso que los chavalotes
corretean por el campo con el aire de quien se muere por jugar con las
mejores gafas de sol colocadas sobre la frente. Pues que así sea.
Por lo demás, sólo queda entonar la oración del Mundial:
De los comentaristas de Cuatro, ¡¡¡líbranos, Señor!!!