Alberto Moyano

Lo más grave no es que se retire de la programación de un teatro
público la obra ‘Lorca eran todos’ por los improperios que su director
profirió hace meses en un programa de la televisión catalana, ni que se
haga bajo la amenaza del garrotazo para, a continuación, negar que se
haya ejercido la censura, ni siquiera que ésta sea ya la tercera obra
de teatro vetada en Madrid en los últimos meses –sin que, por supuesto,
vaya a socavarse en lo más mínimo el mito ese del Madrid, ciudad
abierta y tal y cual–, ni que todo coincida en el tiempo con las
onanistas celebraciones del 25 aniversario de la llegada a Madrid del
‘Guernica’ de Picasso. Lo peor, quizás, es el extendido convencimiento
de que el censor en este caso –el alcalde Alberto Ruiz Gallardón– actúa
por delegación. Dicho en otras palabras, esa sensación de que a él como
que se la traía al pairo lo que hiciera Pepe Rubianes con España y los
españoles. Simplemente, no ha podido resistir a la embestida del
grupúsculo ultraderechista que, de todas formas, le dará matarile
político a medio plazo.
Decía hoy Jaume Sisa en ‘El País’ que el verdadero artista de todo este
vodevil ha sido el alcalde. Todo lo contrario. Al pobre no le ha
quedado ni el dudoso orgullo de defender su veto, reducido a un mero
instrumento de… ¡sus enemigos domésticos!
En todo caso, dos conclusiones:  una, exigir, atendiendo al
principio de igualdad ante la ley, que jamás vuelva a programarse en
una cadena pública de televisión película alguna de Almodóvar, el mismo
que acusó al PP de intentona golpista hace un par de años, con motivo
del 11-M. Y dos: confirmar que en Madrid son unos lilas con estas
cosas. Aquí mismo, por poner un ejemplo cercano, hubo artistas que
ejercieron la libertad de expresión hasta el extremo de abogar por la
voladura del Guggenheim y, lejos de cualquier censura o represalia, sus
esculturas se han monumentalizado por doquier con dinero público.