Alberto Moyano

Una madre, una alumna, una psicóloga y un par de profesores debatieron ayer en ‘La ciudad se mueve’, de Teledonosti, sobre el asunto de la violencia en las aulas. En realidad, no debatieron porque todos estaban de acuerdo en algunos puntos básicos -el rechazo a las prácticas violentas en cualquier supuesto-, sino que más bien superpusieron argumentos.

La charla no sirvió, lógicamente, para hallar soluciones mágicas, pero sí puso de manifiesto algunos consensos: el alumno puede ser o no una bomba de relojería, pero en todo caso siempre viene montada de casa; el profesor no puede recular ante el alumno si desea conservar su trabajo; los padres lo tienen crudo para intuir siquiera qué hace el joven con su móvil o con su ordenador; y meter a la Ertzaintza en medio de todo esto parece una mala idea.

Dado que cuatro de los cinco tertulianos habían dejado atrás su etapa estudiantil hace ya algunos lustros, la tertulia sirvió también para recordar aquellos tiempos gloriosos en los que la violencia era un amplio campo de experimentación para disfrute del profesor.

Al final, sobrevolaba la sensación de que ‘violencia en las aulas’ en un epígrafe sensacionalista y magnificado por los medios, similar al que en otros tiempos se desató en torno a, por ejemplo, los rotwailers, cuando parecía que se merendaban un bebé todas las tardes. El tema, una vez agotado, desapareció sin dejar rastro.