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Alberto Moyano

El jukebox

Sopa de ventrílocuo

Alberto Moyano


‘Siddartha’, respondía Juan Mari Arzak ayer en DV, a la pregunta de cuál es su libro favorito. «Lo leo cada dos años. Los libros se me olvidan y cuando los releo es como si los descubriera por primera vez», añadía el cocinero del Alto de Miracruz, echando de paso por tierra todas las teorías sobre la utilidad de la lectura como hábito. A la misma pregunta, Pedro Subijana citaba los libros de cocina y Martín Berasategui, ganador del Euskadi de Plata 2005 por su dieta de adelgazamiento, un volumen cuyo título «no recuerdo», pero que es «uno de esos libros que habla de cómo favorece el trabajo en equipo». ‘Kamasutra’, Martin, se titula ‘Kamasutra.
Alejado de la alta cocina, el fotógrafo Mark Crick publica en la editorial Lumen ‘Sopa de Kafka’, un ejercicio de ventrílocuo en el que el autor despacha catorce recetas imitando el estilo de escritores como Raymond Chandler, Marcel Proust, Virginia Wolf o el propio Kafka. Gastronómicamente hablando y teniendo en cuenta lo que es la cocina británica, el libro no encierra gran cosa e incluso alguno de los platos propuestos aparenta ser letal. Así, «la tarta de cebolla según las crónicas de Geoffrey Chaucer», «el pollo a la vietnamita urdido por Graham Greene» o «los pollitos deshuesados rellenos según los usos del Marqués de Sade» inhiben, a primera vista, el apetito.
Lo más suculento es la imitación de voces que realiza el autor: «Tiro un trozo de mantequilla en la cazuela y le pongo una cerilla en el culo. A medida que se derrite, tiro el azúcar y observo cómo los granos blancos se convierten en un líquido oscuro. Se disuelven en condiciones: cojonudo», dice el supuesto Irvine Welsh (Traspontting) en su «Sabroso pastel de chocolate»; «Saqué un cuchillo y descuarticé la carne de cordero. Como ya tenía aquel instrumento cortante en las manos, partí una cebolla en rodajas y, sin pensármelo dos veces, hice lo propio con una zanahoria. Ninguno rechistó», escribe Chandler (El largo adiós) en su «Estofado de cordero con salsa de eneldo»; y qué decir del «Coq-au-vin con la magia de Gabriel García Márquez», que arranca con  un «El padre Antonio del Sacramento del Altar Castaneda estaba sentado en el jardín, disfrutando de la caída de la tarde».
En realidad, el libro recoge algo más de una docena de microrrelatos paródicos disfrazados de recetas de cocina cuyo título, obviamente no conviene citar en público como influencia gastronómica, pero que si cumple su cometido como leve divertimento literario.


diciembre 2006
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