Alberto Moyano
Superviiagra de la industria cultural vasca, la Feria de Durango ofrece cada año una imagen vigorosa de la situación que no termina de homologarse a eso que llamamos normalidad. La concentración de publicaciones editoriales y musicales en esta época del año decrece en los últimos tiempos, lo que ha llevado a algunos a pensar que la dependencia de la Feria lo ha hecho en la misma medida y que las ventas se reparten cada vez más a lo largo del año. No está tan claro. Los autores parecen trabajar bajo la presión añadida que supone saber que en diciembre toca lanzar una novedad. Los editores, a salvar las cuentas como sea y el público, bueno, el público envía un mensaje subliminal a su pesar: haríamos lo que fuera por la cultura vasca… salvo consumirla con regularidad. El objetivo final es repetir el esquema de los grandes eventos –festivales de jazz, de cine, Quincena Musical o la misma Feria del libro, por citar ejemplos donostiarras– y hacer que la mezcla de bombardeo informativo, avalancha de novedades y la i nducida sensación «de ahí debo estar» terminen por atraer a un público superior al que objetivamente tienen estas actividades durante el resto del año.