Alberto Moyano
Y a pelo, sin capucha ni nada. En mi descargo, hay que decir que fue
una ekintza involuntaria que, milagrosamente, se zanjó sin daños que
lamentar. Ocurrió en el antiguo emplazamiento de la librería, situado
en la Plaza de la Constitución. Los asiduos a aquel local recordarán
que el abigarramiento de libros y estanterías aconsejaba maniobrar con
precaución en espacios reducidos. El menor descuido podía acabar con
una buena pila de volúmenes por el suelo.
Además, tal y como descubrí aquel día, la librería encerraba algunas
trampas. Así, en la estantería dedicada a la novela negra, la última
balda acogía los títulos de la colección Etiqueta Negra de la editorial
Júcar. De lo que no me percaté fue de que la colección no cabía en la
balda, por lo que los libreros habían colocado una especie de
supletorio que sobresalía y cuyo sustento dependía básicamente de la
propia presión que ejercían entre sí los apretados volúmenes.
El caso es que al extraer uno de los libros el inventó se vino abajo
literalmente, dejando en el suelo una veintena de libros y en el techo
una lámpara balanceándose con peligrosa intensidad.
El estrépito ocasionado por el derrumbe atrajo hacia ese rincón a María
Teresa Castells, quien tras comprobar que había sido mayor el ruido con
las nueces, quitó importancia al incidente y se congratuló de que las
lámparas –compradas al parecer en una tienda de Bilbao– permanecieran
intactas. Me disculpé, compré el par de libros responsables del suceso
y desaparecí.
Después, dejé de frecuentar la librería un tiempo prudencial, más que
nada por la vergüenza, pero igual que el criminal, acabé volviendo al
lugar del crimen. Y no una, sino muchas veces.
La violencia de la ‘kale borroka’ que la ha convertido en símbolo
a su pesar ha terminado por ocultar el hecho de que Lagun es una gran
librería de fondo y la única donostiarra en la que los libros no están
ordenados por editoriales, sino por géneros y por idiomas.
Probablemente, el mismo criterio que aplicas tú en tu propia biblioteca.