Alberto Moyano

La reapertura del Teatro Victoria Eugenia el próximo 1 de marzo después
de seis años en boxes es la gran noticia de la primavera cultural
guipuzcoana. Un proyecto, que en principio no parecía presentar mayores
complicaciones, se enfangó durante mucho tiempo en la habitual maraña
de proyectos, contraproyectos y anexos al proyecto original hasta
disparar los plazos y el presupuesto.
Pasada la tormenta, el edificio luce ahora por dentro y por fuera. Y la
programación inaugural es razonablemente atractiva, plural y, sobre
todo, densa. Lo más discutible es la decisión, forzada o no por las
circunstancias, de renunciar a una gran gala de apertura. Por de
pronto, esta gala hubiera garantizado la cobertura y la presencia
mediática que el enésimo pase de la estupenda obra de Tanttaka
‘Paradero desconocido’ sólo conseguirá en el caso de que se desplome la
tramoya.
Al final, quizás haciendo de la necesidad virtud, los responsables
municipales dicen que con esta batería de espectáculos a precios de
risa se pretende restar solemnidad a la inauguración para así conseguir
que el mayor número de ciudadanos posible se anime a conocer cuanto
antes el recinto. Es la teoría de la intimidación, según la cual, tan
imponente edificio asusta al ciudadano. Suele aplicarse también a las
librerías para justificar los stans callejeros que cada año fracasan en
la Feria del Libro. Una teoría interesante.
Con todo, el salpicón a base nombres de impacto y artistas locales que
conforman la programación se hubiese redondeado con un par de
‘bombazos’ bien calculados. ¡Hombre, que es la temporada inaugural!
Pues no ha podido ser. No importa. El Victoria Eugenia reabierto supone
más recintos y más recintos suponen más espectáculos. Tarde o temprano,
y más con el alto ritmo de actuaciones que se le pretende imprimir,
todos acabaremos pasando por allí. O, al menos, eso se pretende.