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Alberto Moyano

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Sobre Arco y arqueros

Alberto Moyano

Mañana abre sus puertas Arco, la feria de arte contemporáneo que
pervive entre la confusión y el malentendido. Condenados a exponer para
lo último en clases medias y para la misma burguesía hiperreaccionaria
que en Navidades visita el rastrillo benéfico, los artistas acuden a
los pabellones 7 y 9 del Ifema convencidos todose ellos de que en cada
una de sus obras anida lo revolucionario.
Dice la nueva directora del evento, Lourdes Fernández, que «hay una
absoluta falta de debate en el arte contemporáneo» y añade que «el
problema de este país es que no hay crítica». Y tiene razón. De hecho,
no hay crítica porque resulta innecesaria. En última instancia, ha sido
sustituida por la ovación, una forma de opinión a la que hace tiempo
que se adhirieron los más espabilados aspirantes a críticos. Si es el
propio autor quien establece qué es y qué no es arte –por ejemplo, un
váter es arte porque así lo presenta el artista–, es imposible ir un
paso más allá y aclarar qué es bueno y qué es malo. El debate,
completamente estéril, se sustituye y simplifica a través del mercado,
auténtico dios que «no sólo valida económicamente», sino que también
«da un estatus al artista». Traducido al cristiano, esto quiere decir
que los cuadros de Vincent Van Gogh fueron irrelevantes en su época –en
la que el pintor sólo consiguió vender una obra y fue a su hermano–,
por más que a día de hoy pulvericen récords en Sotheby’s.
Y es precisamente ese factor, el mercado, el que da sentido a Arco. «La
feria ya está vendida», asegura Lourdes Fernández y, francamente, ante
los datos sobran los argumentos. Ahora, la única incertidumbre estriba
en saber qué obra retirará la señora de la limpieza por la mañana, en
la creencia de que es basura, aspiración inconfesable de tanto creador,
por cuanto no hay mejor publicidad a la hora de destacar en tamaño
potaje artístico.


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