Alberto Moyano
Ya están rodando la versión cinematográfica de ‘El niño con el pijama de rayas’ (Ed. Salamandra), la novela del irlandés John Boyne traducida a veintidós idiomas y que en castellano ya lleva despachados 50.000 ejemplares.
La producción parece que corre a cargo de Miramax/Disney, como no podía ser menos teniendo en cuenta que se trata de otra vuelta de tuerca al género de Holocausto kitsch con niño. En la línea de ‘La vida es bella’, la novela de Boyne cuenta la historia de un sujeto de nueve años cuyo padre es enviado como comandante al campo de exterminio de Auschwitz.
Allí, Bruno pasa un año sin enterarse de nada, a pesar de que su hermana – tres años mayor-, lo sabe todo, al igual que su padre, su madre, el soldado que flirtea con ella, el camarero -un judío internado en el campo- y el pequeño Shmuel, otro niño de su misma edad, prisionero en el campo y con el que entabla amistad a través de la alambrada. Ni que decir tiene que al final de la novela tanto uno como otro acaban en la cámara de gas.
‘El niño con el pijama de rayas’ no es exactamente una obra pionera, pero casi da igual porque pasará a la historia como la primera de éxito de un género que promete proliferar a la misma velocidad a la que desaparecen los últimos supervivientes de la Shoah: la novelización del Holocausto, un terreno en el que el rigor histórico y la búsqueda de la verdad quedan solapados por la necesidad de alimentar a ese yonqui que es la buena conciencia del público.
Este fenómeno es tan sólo una manifestación más de esa fiebre que ha llenado algunas de las principales ciudades europeas de monumentos y ‘lugares para el recuerdo’, todos ellos creados a la mayor gloria de: a) las visitas de colegios; y b) el público de ‘La lista de Schindler’, siempre ávido de engañarse aún más.
Como éstos, la novela está saturada de desajustes históricos, situaciones inverosímiles y concesiones al sentimentalismo afásico. Y como éstos, está destinada al consumo infantil -dicho esto al margen de la edad del lector- y al éxito de masas.