Alberto Moyano
Lamenta Míster Macallister en su artículo de hoy en DV la afición al
Barça que gran número de niños presuntamente guipuzcoanos demostraron
durante el partido del sábado en Anoeta. No se entiende muy bien por
qué. Existe consenso entre los adultos en torno al magnífico ejemplo
que para jóvenes y niños encarnan los deportistas profesionales. En
este caso, los niños se limitan a seguir las indicaciones y a apuntarse
al equipo que más gana, esto es, siguen exactamente al pie de la letra
el ejemplo de los mercenarios modelo que emigran de un lado a otro,
siempre en pos del cheque más cuatioso. Propone Macallister combatir
estas tendencias llevando a los niños a los entrenamientos de Zubieta,
a pesar de que la sensatez desaconsejaría a todas luces la excursión, a
la vista de las recientes peleas tabernarias entre jugadores de la
primera plantilla.
Ha querido la casualidad que el artículo referido coincidiera con una
carta al director en la que un lector, tras glosar las ilusiones y
desvelos de su hija Marta (seis años) por el partido del sábado pasado,
da un paso más hacia lo inadmisible y pide a los jugadores de la Real
que hagan que «esos niños –que duermen con la camiseta blanquiazul– se
sientan orgullosos de ello». Muy mal debe estar la cosa para cuando se
recurre ya a argumentos tan peregrinos. En concreto, este de los niños,
que en cualquier discusión, constituye el último refugio de los que se
han quedado sin argumentos.