Alberto Moyano
Sólo las explicaciones de los sociólogos sobre las desviaciones de sus
sondeos pueden rivalizar en surrealismo con las alegres divagaciones de
los candidatos sobre sus resultados en las urnas. En los casos más
extremos, una imagen sustituye cualquier alocución. Así, los ¿botes? de
Rajoy, Esperanza Aguirre y Gallardón en la sede de Génova hacen
innecesario por estéril cualquier razonamiento posible sobre la
evolución del voto en Madrid, capital que, por cierto, aún sigue
viviendo del mito de ciudad abierta que acoge a todo el que a ella
llega y bla, bla, bla.
Más cerca, el recuento de votos ha dejado en evidencia la fragilidad de
esas charlas en las que al peloteo de «estás haciendo una campaña muy
inteligente» se respondía por parte del candidato con un «sí y además
se respira en el aire que la gente tiene ganas de cambio». En este
sentido, resulta extraordinariamente didáctico poner en comparación los
resultados de un mismo partido en los comicios forales y en los
locales. Aquí se evidencian algunas debacles en toda su magnitud.
No importa. Cada marinero sobrevivirá a su naugragio porque aquí el
único peligro que acecha al político profesional es morir de éxito. Los
fracasos no lo son tanto, sobre todo, cuando el vapuleado
candidato se asoma a medianoche a las cámaras de tv para anunciar
que su proyecto es, en realidad, a medio y largo plazo.