Alberto Moyano
Hay que administrar con prudencia expresiones tan cotidianas, en
principio, como «verano infecto», pero el tradicional viaje en
autobús con un grupo de ‘niños de la cuerda’ –que en sus manitas es más
soga que cuerda– te carga de autoridad.
Vaya por delante que la horda de niños con gorra amarilla y mochilón
azul ya es estéticamente insostenible, pero son los efectos acústicos
los que convierten en temible el encontronazo en espacios cerrados,
como puede ser un autobús de línea. Los Maialen, Beñat y Eneko
convierten el habitáculo en una ‘soft cell’ en la que el pasaje termina
con la extraña sensación de flotar en el interior de un aullido. Y sin
embargo, todo puede empeorar.
Los monitores/as se dividen entre los que acompañan resignadamente y en
silencio a la jauría, y los que estimulan sus peores tendencias.
Pongamos que en este caso hablamos del segundo grupo, uno de cuyos
miembros se desgañita preguntando en euskera si «vamos a la playa en
helicóptero». «¡¡¡Eeeeeeeez!!! –responde la fiera que forman los quince
niños– ¡¡¡Autobuseeeeeeezzzz!!!». Y así todo el rato.
De la intrínseca maldad infantil da cuenta el hecho de que cuando el
infernal grupo llega a la parada, uno de los niños comienza a entonar
el «a por ellos, oé» y de inmediato es secundado por sus alegres
compañeros. Para que luego digan que no saben lo que hacen.