Alberto Moyano

Una vez clausurado para siempre el debate sobre qué es arte, la
exposición de una veintena de megaesculturas en bronce del polaco Igor
Mitoraj en La Zurriola puede ser enormemente práctica a la hora de
inaugurar otro, en este caso, sobre qué no es arte.
Ubicadas en un paseo que habrá que visitar a las tres de la madrugada
para no tener en un mismo campo visual los apolíneos torsos de las
esculturas y los abultados vientres de los turistas en bermudas y
alpargata que las contemplan extasiados, los ‘gigantes’ han recorrido
media España antes de recalar frente a la playa de Gros, de la mano del
Ayuntamiento donostiarra y La Caixa.
Más próximas a la decoración urbana que a la creación artística, las
figuras de Mitoraj se limitan a repetir los cánones de las esculturas
griega, romana y, en cierta medida, renacentista, con un par de
añadidos –vendajes sobre los ojos, rostros insertados en el pecho…–
irrelevantes. De hecho, su tamaño es su único atractivo.
Pena que no las hayan instalado en otro lugar para vez si establecían
un diálogo y tal con la ‘Construcción vacía’ de Oteiza en el Paseo
Nuevo o incluso con ‘Los Peines del Viento’ de Chillida. Y pena también
que no sean un poquito más grandes para que los paseantes sepan qué
sintió Charlton Heston en ‘El Planeta de los Simios’, cuando se topó
con la Estatua de la Libertad en plena playa.