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Alberto Moyano

El jukebox

Consideraciones en torno a una costilla

Alberto Moyano

Si una ciudadana ingresara en el servicio de urgencias de un hospital
con una costilla rota y numerosos hematomas por todo el cuerpo
asegurando que su marido le ha propinado una paliza éste sería detenido
e interrogado de inmediato por más que alegara que ella le atacó con un
hacha.
La lógica judicial, sin embargo, queda en suspensa cuando lo que está
en cuestión es la razón de estado. El caso del presunto etarra que
requiere atención médica o incluso forense horas después de su
detención es un fenómeno que se repite una y otra vez de forma
periódica a lo largo del tiempo. De hecho, completa ese abominable
paisaje del que también forman parte las explosiones, ambulancias,
disparos y testigos que declaran «al principio creí que eran petardos».
Se alega que el testimonio de un terrorista no se puede colocar en el
mismo plano que el de un guardia civil, pero la versosimilitud del
relato pesa tanto o más que quien los relata. De hecho, la afirmación
ni siquiera es pertinente en casos en los que se dispone de otros
elementos, como puedan ser los indicios y los hechos. Y aquí las cañas
se tornan lanzas. Seguro que hay quien no necesita que una versión
oficial sea verídica, pero es del todo exigible que al menos resulte
verosímil, porque un sacerdote podrá exigir a sus feligreses que
exhiban la fe del carbonero, pero cuando el que lo reclama es un
ministro a los ciudadanos la cosa se complica.
En este sentido, el microrrelato de Pérez Rubalcaba ofrece un acabado
defectuoso y tanntos flancos débiles que constituye toda una desilusión
para quienes llevan años coleccionando versiones oficiales.
Parafraseando a Groucho Marx, esta es mi versión oficial, pero si no le
gusta tengo otras. En todo caso, ninguna que no haga sospechar que, al
igual que la bomba no es sólo una canción de King Africa, la tortura
tampoco es exclusivamente un tema de Shakira.


enero 2008
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