Alberto Moyano
En los tiempos de la globalización, la realidad es tan sólo un estado de ánimo. Lo demostró ayer la caída de las bolsas, un desplome que los expertos atribuyen a un pánico desmedido a nada en concreto. El Ibex, que tan generoso ha sido acumulando y repartiendo beneficios entre los Pizarros de este mundo, ha birlado 100.000 millones de euros en catorce días a sus 33 empresas. La cifra es descomunal, pero la pregunta sigue siendo: ¿Y qué? Benditas ellas que los tenían.
Entre las tendencias económicas y el bolsillo de la gente se produce un salto que nadie termina de explicar. Por ejemplo, cuando nos recuerdan ahora otros grandes desplomes, como los del 11-S y la primera Guerra del Golfo, resulta insólito que para el común de los mortales sea imposible recordar qué efectos -buenos o malos- tuvo aquello en nuestras vidas.
Así las cosas, contemplar las oscilaciones de la Bolsa desde la distancia que da la tele parece ser lo más parecido a meterse en una cabina se sex shop: muchas sin sensaciones, pero ningún contacto. Convertidos en estrella de los telediarios, el Dow Jones se contorsiona en una pantalla, el Ibex en otra y los mercados asiáticos en una tercera. El usuario sólo tiene que elegir su canal favorito y continuar echando monedas.
No entender nada es síntoma de sabiduría porque, en realidad, no hay nada que entender. Todo esto se reduce a una cuestión de sensaciones. Lo único que debes saber es que, en caso de duda, la culpa es de Bush.