Alberto Moyano
Escribe hoy el corresponsal de DV en Roma que “una de las cosas más divertidas que se puede hacer en la capital italiana ahora mismo es ir al Parlamento”. Y los hechos le respaldan.
La dimisión de Prodi tras fracasar ayer en su intento de lograr el apoyo del Senado entra dentro de lo posible y hasta de lo habitual si de Italia hablamos. Lo insólito fue lo ocurrido durante una sesión parlamentaria que ya prometía incluso antes de iniciarse, gracias a un individuo que, para protestar, se tiró delante del coche en el que llegaba el jefe del Gobierno.
Intentar poner en orden los sucesivos desencuentros políticos es un ejercicio estéril. Lo sustancial fueron los discursos. “Pedazo de mierda”, “payaso”, “maricón”, “vendido”, “retrete”, “puta” o “mariquita miserable” fueron algunas de las consideraciones que intercambiaron sus señorías, sólo como prólogo a los puñetazos, patadas y escupitajos, estos últimos, de un volumen y caudal como no se veía desde la muerte del punk
La cuestión permite establecer odiosas comparaciones con la realidad parlamentaria española -un campo de amapolas- o vasca -directamente, un fumadero de opio-. Por ejemplo: ¿Qué es más grave? ¿Que te acusen de traicionar a los muertos o que te propinen un escupitajo macerado con la bilis acumulada toda una legislatura? ¿Ser tachado de “nostálgico del franquismo” o ver cómo la oposición celebra tu derrota con una botella de champán en la mano izquierda y una loncha de mortadela en la derecha?
Hace un mes, el presidente del Congreso, Manuel Marín, pidió que no se repitiera una legislatura “tan dura y tan ruda”, aunque no dijo comparada con cual. Aún nos falta mucho para equipararnos a las viejas democracias europeas. Aquí pervive un mínimo decoro y ese tipo de cosas se dejan para las emisoras de radio.