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Alberto Moyano

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Un atropello y tres hipótesis

Alberto Moyano

Los hechos ya se han relatado hasta la saciedad, aunque se pueden resumir así: un Audi A8 conducido por Tomás Delgado atropelló de noche a un joven ciclista, Enaitz Iriondo, de 17 años, causándole la muerte. El ciclista circulaba sin chaleco reflectante. El conductor del vehículo se relajó mientras llegaban los servicios de asistencia tomando un whisky con Coca-Cola, abortando así cualquier posibilidad de practicarle la prueba de alcoholemia. Su versión no coincide con algunas pruebas físicas, que apuntan a que el coche circulaba a excesiva velocidad. Tres años después, el conductor recurre a la Justicia para reclamar a los padres del fallecido 20.000 euros en concepto de indemnización por los daños sufridos en su vehículo.

Primera hipótesis: en el ejemplar humano Tomás Delgado se dan cita, bajo el inconfundible aspecto de tragaldabas, el cerebro de una pulga y el alma de una sabandija. Así las cosas, el hombre aprovecha la siempre imprevisible lógica judicial para comprarse un coche nuevo a cargo de los padres sin hijo y, de paso, hacerse unas televisiones. Demasiado fácil.

Segunda hipótesis: el abogado de Tomás Delgado siente una repugnancia infinita hacia su cliente, pero como su obligación es prestarle asistencia letrada, opta por la justicia poética. Así, aprovecha la escasas luces que emite el cerebro de Delgado y le anima a cavarse su propia tumba, recurriendo a los tribunales en pos de una indemnización. Además, le invita también a dar publicidad a su caso, de forma que la ola de indignación popular y alarma social levantada en su contra garanticen, de alguna forma, una sentencia ejemplarizante en contra del abyecto individuo, considerado unánimemente una auténtica hez humana.

Tercera hipótesis: Tomás Delgado sufre desviaciones varias del comportamiento, entre ellas, la de conducirse en sociedad como coprófago en letrina. Según esta opción, el riojano alberga pulsiones sadomasoquistas que le inclinan a buscar el desprecio general. Además, consciente de las escasa empatía que despierta, busca las cámaras con frenesí para declarar rebajarse con declaraciones del tipo: “¿Qué quieren esos señores (los padres de Enaitz) de mí? Su hijo no va a volver a casa. Aquí soy el único perjudicado… Bueno, digamos uno de los dos perjudicados”.


enero 2008
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